Ese peligroso ingrediente
Cuando Darcy cruzó las puertas del salón, el té ya había sido servido y todos los caballeros estaban comiendo bizcochos y dulces. Un rápido examen a todos los presentes reveló que todos los invitados y parientes de Sayre estaban presentes, excepto uno; incluso había bajado la tímida señorita Avery. El único miembro del grupo que faltaba era lady Sylvanie y su ausencia en ese momento fue para Darcy una verdadera bendición. Los caballeros lo saludaron con entusiasmo, al igual que las damas. Lady Sayre le lanzó una lánguida sonrisa mientras él se acercaba a la mesa del té, pero cuando el caballero estiró la mano para tomar una taza, una elegante mano femenina se le adelantó.
—Lady Felicia —al verla, Darcy hizo una mueca que transformó hábilmente en una sonrisa de cortesía.
—Señor Darcy, por favor, permítame —dijo ella, mientras tomaba una taza y le añadía azúcar y leche—. Hacía siglos que no lo veíamos, señor —sonrió con malicia, mientras le ofrecía la taza de té—. ¿Ha sido por efecto del juego de anoche o de los licores de Sayre?
—Ninguno de los dos, milady —contestó Darcy secamente, molesto por la manera en que la dama parecía sugerir que él pudiera haberse emborrachado. Luego, enarcando la ceja con expresión sarcástica, agregó—: Estuve explorando el castillo. Lady Sylvanie tuvo la amabilidad de ofrecerse como guía, junto a su criada.
La sombra de envidia que Darcy sabía que aparecería en el rostro de la dama se desvaneció rápidamente, mientras ella recuperaba la compostura.
—Ah, ¿lady Sylvanie y su criada? Con seguridad lord Sayre o Trenholme serían mejores guías. ¡Lord Sayre! —gritó lady Felicia por encima del hombro de Darcy.
—¿Sí, milady? —Sayre se acercó a ellos.
—¡El señor Darcy ha estado haciendo un recorrido por el castillo!
—¿Un recorrido? ¿Por el castillo? —Sayre lo miró con incredulidad— Yo no iría muy lejos, Darcy. Este lugar es una verdadera madriguera y uno se puede perder muy fácilmente. A Bev o a mí nos encantaría enseñártelo —de repente, su rostro pareció iluminarse—. De hecho, ¡ésa es una idea excelente! —se volvió hacia el resto de los invitados— ¿Qué tal si hacemos una visita mañana por la tarde antes del té? ¿Qué os parece?
El plan fue aceptado por unanimidad, aunque sin mucho entusiasmo, pero lo suficiente como para ponerlo en marcha.
—¿Puedo preguntarte adonde fuiste? —Sayre se volvió hacia Darcy.
—Creo que a casi todas partes: el salón de baile, la galería... Lady Sylvanie ha resultado ser una guía admirable para haber estado tanto tiempo alejada de su casa —contestó Darcy con tono despreocupado, atento a la reacción de su anfitrión.
—Sí, bueno... su madre, ya sabes... Era irlandesa —comenzó a explicar Sayre torpemente—. Cuando mi padre murió, lo único que quería era regresar con su propia gente. Decía que no soportaba Inglaterra sin mi padre a su lado.
—Ya veo —contestó Darcy con aire pensativo—. Tal vez sea culpa de mi mala memoria —añadió, apropiándose de una de las astutas expresiones de Dy—, pero no puedo recordar ni una sola mención sobre vuestra madrastra o vuestra hermana mientras estábamos en el colegio y en la universidad. ¿A qué crees que se debe?
—Yo también me he estado preguntando lo mismo —intervino Monmouth, que regresaba de tomar un poco de pastel—. La dama es una belleza, Sayre, ¡sin duda, no hay nada de qué avergonzarse! Y siempre digo que la belleza es una cosa valiosa para cualquier hombre, ya sea hermana o esposa. ¡A menos que la hayas estado ocultando intencionadamente! —lo miró con curiosidad— ¿Tienes en el punto de mira a un pez gordo, viejo amigo? ¿Y no quieres que ningún pececillo miserable vaya a morder el anzuelo? —Lady Felicia se rió con nerviosismo al percibir el sarcasmo de las palabras de Monmouth y le lanzó una mirada agitada a Darcy.
—¡Monmouth! —rugió Sayre, con la cara cada vez más roja— ¡Se me había olvidado lo vulgar que puedes llegar a ser! ¡En serio, vizconde!
Monmouth lejos de sentirse ofendido, le sonrio a Darcy.
—Tengo razón, ¿verdad, Darcy? ¡No me sorprendería lo más mínimo que el pez gordo seas tú! Aunque —dijo, dirigiéndose a Sayre— yo podría funcionar en caso de emergencia. Un título nobiliario, ya sabes. Pero el dinero es mejor, y Darcy es una carta más segura que yo —Monmouth les hizo una reverencia a los dos—. Milady, Sayre —luego le guiñó un ojo a Darcy y añadió—: Ten cuidado, Darcy, a menos de que estés decidido a conseguir a la dama. Y si ése no es el caso, envíamela a mí, que soy un buen tipo —y metiéndose otro trozo de pastel en la boca, el vizconde siguió su camino.
Darcy le sonrió a Sayre con cortesía y luego se disculpó para dirigirse a la mesa. Después de servirse un buen surtido de bizcochos, ignoró la mirada invitadora de lady Felicia y prefirió tomar asiento junto a la ya recuperada señorita Avery. Allí, al menos, se encontraría a salvo, porque la tímida niña no le ofreció más conversación que una sonrisa de agradecimiento y un modesto saludo. Por desgracia, el destino no quiso dejarlos solos. Apenas se había comido un bizcocho y le había dado un sorbo a su té, cuando se les acercaron la señorita Farnsworth y el señor Poole.
—Darcy, señorita Avery —Poole hizo una inclinación—. Me alegra mucho verla recuperada, señórita Avery. Debe haber sido una experiencia espantosa... —dejó la frase en el aire, con una chispa de curiosidad en los ojos.
La señorita Avery se encogió y miró aterrada a Darcy, que contestó en su lugar, con una actitud muy seria:
—Sí, en efecto, Poole. Y no es muy amable de tu parte que lo menciones.
—Pero, Darcy —protestó Poole, levantando la voz—, ¡nadie quiere contar lo que ha pasado! Me parece miserable que los amigos de un hombre no cuenten qué ha provocado que una de las damas que estaba con ellos tuviera un repentino ataque de histeria y tres de ellos tuvieran el aspecto de haber visto al mismísimo diablo en persona.
Al oír el arrebato de Poole, Manning se acercó rápidamente a su hermana y, tomándole la mano, se dirigió a Poole:
—Ese no es un tema apropiado para las damas, Poole —dijo, fulminándolo con la mirada.
—¿Cómo puede ser, si todo comenzó con una dama? —interrumpió la señorita Farnsworth; luego levantó la barbilla con grosera testarudez y sus ojos brillaron con curiosidad— La señorita Avery sobrevivió a lo que vio; ¿por qué nosotras no podríamos sobrevivir al relato del suceso?
—Señorita Farnsworth, no creo que...
—Eso puede ser cierto, barón —lo interrumpió airadamente—, pero yo no soy la única de las damas que desea oír una explicación de lo que sucedió en las piedras. Vamos, todas somos mujeres sensatas —añadió con tono persuasivo—, y hemos escuchado múltiples historias de fantasmas desde niñas. No nos asustamos tan fácilmente —la señorita Farnsworth miró al resto de los presentes en el salón y detuvo su mirada en el hijo más joven de la casa—. ¡Señor Trenholme! —Trenholme la miró con cautela— Usted comenzó la excursión con la historia de los Caballeros Susurrantes. ¿Sería usted tan amable de terminar su relato con la verdad sobre lo ocurrido en la Piedra del Rey?
Trenholme se aclaró la garganta.
—Preferiría no hacerlo, señorita Farnsworth. Una cosa es una leyenda, pero lo que había allí era algo de naturaleza muy diferente.
Temblando al oír las palabras de Trenholme, lady Felicia agarró del brazo a su prima.
—¡Mi querida Judith, yo estoy cada vez más intrigada! El señor Trenholme se niega a complacernos. Eso sólo deja a Manning y a Darcy para satisfacer nuestra curiosidad —se giraron juntas hacia los dos hombres—. ¿Cómo podremos persuadirlos?
En ese momento lady Chelmsford y lady Beatrice sumaron sus súplicas a las de las más jóvenes, pero Darcy notó que lady Sayre no parecía tener el mismo interés. En lugar de eso, ella, Trenholme y Sayre intercambiaron miradas furtivas.
—¡No! —la palabra resonó en el salón y, de inmediato, la insistencia hacia los dos hombres cesó. Todos los asistentes se giraron asombrados a mirar a quien había gritado y esperaron— Y-yo les c-conta-ré lo que s-sucedió. —la señorita Avery estaba pálida, pero una tenacidad similar a la de su hermano parecía animarla a los ojos de todos.
—Bella, no es buena idea —dijo Manning.
—Y-yo m-me alejé del lado de mi hermano un po-poco m-molesta —comenzó a decir la señorita Avery, mientras ponía su mano sobre el brazo de Manning, buscando apoyo— y c-corrí hacia la p-piedra grande, para que nadie p-pudiera ver mi mortificación. Quise... ro-rodear la p-piedra, pero tropecé unos me-metros más adelante. Cuando recuperé el equilibrio, d-di media vuelta y lo vi —la señorita Avery se detuvo y cerró los ojos, dejando escapar un suspiro profundo y tembloroso—. En el suelo... al p-pie de la p-piedra, había un bulto de m-mantas ensangrentadas que p-parecían un n-niño... ¡un bebé! —levantó la vista para observar a sus oyentes— Había sido sacrificado, al igual q-que sucede en la B-biblia, como hacían esos horribles f-filisteos. ¡Oh, George! —en ese momento se dio la vuelta y se abrazó a su hermano, temblando violentamente.
Cuando los asistentes finalmente entendieron la última alusión de la señorita Avery, se oyeron varios gritos de horror que provenían de las damas. Darcy se inclinó hacia delante, atento a las distintas reacciones que el relato de la jovencita había provocado, pues incluso la segura señorita Farnsworth se había puesto pálida y, soltándose de su prima, tuvo que apoyarse en Poole, que parecía, a su vez, bastante conmovido.
—¡Por Dios! —dijo Poole, con voz ahogada— ¡No estará hablando usted de un sacrificio humano!
Al oír que Poole preguntaba lo que todo el mundo estaba pensando, por el salón se extendió un griterío. Monmouth dejó de reírse y adoptó una expresión solemne y consternada. Poole ayudó a la señorita Farnsworth a sentarse y volvió a insistir—: Trenholme —preguntó, alzando la voz—: ¿Qué significa esto? ¡Tú sabías el peligro que corríamos y no dijiste nada!
—¡Un momento, Poole! —siseó Trenholme— ¡Tú siempre fuiste un maldito cobarde! ¿De qué habría servido decírtelo? ¿Acaso crees que alguien va a entrar furtivamente en el castillo y te va a asesinar en la cama, hombre? —cuando Poole trató de responder, Trenholme lo detuvo—. Además, como Darcy puede atestiguar, no era un niño. Era un cochinillo. Sólo que parecía un niño.
—¿Un cochinillo? —Monmouth entró en la discusión— ¿Un cochinillo envuelto en pañales, Trenholme? Un truco bastante desagradable.
La cara de Trenholme se ensombreció.
—¿Un truco? ¡Cómo te atreves!
—¡Bev! —le gritó lord Sayre a su hermano, poniéndole una mano sobre el hombro, seguramente para contenerlo.
—¡Maldición, Sayre, a mí no me van a echar la culpa de esto! —Trenholme se zafó y se dirigió hacia el fuego.
—He comenzado a hacer algunas averiguaciones en las aldeas alrededor de Chipping Norton —dijo Sayre, mirando primero a Poole y a Monmouth, antes de dar media vuelta para dirigirse a todo el grupo—. Pero desgraciadamente, el tiempo ha dificultado esos esfuerzos y sospecho que no sabremos nada hasta dentro de unos días. Los detalles de ese horrible descubrimiento eran tan espantosos que preferí que no se mencionara nada al respecto. Beverly solo estaba obedeciendo mis órdenes. El hecho de que no hayáis sido informados de los pormenores es responsabilidad mía enteramente.
Apaciguado por la disculpa de Sayre, Monmouth inclinó la cabeza y se llevó el té a los labios, pero Poole no se quedó tan tranquilo.
—Milord, independientemente de sus averiguaciones, ¿qué significa esto? ¡Debe tener algún objeto.
—¿Cómo podría saberlo, Poole? —respondió Sayre con un tono de irritación— No tengo ni idea sobre antiguos rituales, así que mi opinión no sería más que una especulación. Lo más probable es que sea obra de alguna pobre criatura desesperada, motivada por una razón que sólo puede surgir de una mente enferma. Pero te puedo asegurar que estás seguro en el castillo de Norwycke.
Por el bien de la velada la mayoría de los asistentes aceptaron gustosamente las palabras tranquilizadoras de Sayre, aunque no fueran muy convincentes, y el grupo se dividió nuevamente en pequeños corrillos. Sin embargo, Trenholme se quedó junto al fuego, con la taza de té en la mano y una expresión sombría.
¡Ellos lo saben! Darcy estaba seguro de eso. Sayre, Trenholme e incluso lady Sayre. Ellos saben quién lo hizo y probablemente también saben por qué. La historia sobre las supuestas averiguaciones era un cuento, inventado para contrarrestar precisamente todas las objeciones que podían hacerles, mientras protegían sus intereses. ¿Y cuáles eran exactamente esos intereses? Mientras bebía su té y degustaba el pastel, Darcy revisó todos los retazos de información que tenía para llegar a una única conclusión, que siempre era la misma: ¡dinero! Pero, a pesar de todo, aquella respuesta no le sirvió para encajar todas las piezas de manera que pudiera componer una imagen coherente.
La señorita Avery se volvió a sentar junto a Darcy, para evitar deliberadamente la falsa simpatía de las damas y disfrutar de un rincón tranquilo mientras bebía otra taza de té. Manning se quedó a su lado como un perro guardián, que desafiaba a cualquiera que se atreviera a presionar más a su hermana con el tema.
—Otra vez estoy en deuda contigo, Darcy —dijo en voz baja y los ojos de los dos hombres se cruzaron en silenciosa comprensión por encima de la cabeza de la señorita Avery—. Como ya has hecho el recorrido del castillo —siguió diciendo Manning con tono despreocupado—, tal vez prefieras jugar otra partida de billar. Permíteme la oportunidad de saldar la cuenta, por decirlo de alguna manera —la forma en que Manning lo había planteado, junto al gesto de sus cejas, le indicó claramente a Darcy que su compañero deseaba tener una conversación privada.
—Encantado, Manning —respondió Darcy ante el curioso ofrecimiento.
—Entonces, ¿nos vemos mañana tan pronto como mi hermana se una al recorrido que ha organizado Sayre?
Darcy asintió con la cabeza.
—Nos encontraremos en la sala de billar.
—¡Excelente! —contestó Manning con tono sereno. Luego le dijo algo en voz baja a la señorita Avery, la ayudó a levantarse y, después de disculparse con Sayre, la acompañó fuera del salón.
* * * * * *
—Perdóneme, señor, pero debe quedarse quieto y no mover la cabeza —Fletcher levantó la barbilla de Darcy un poco más y tomó de nuevo las puntas de la corbata de lazo para comenzar a hacer los intricados pliegues de su obra maestra. El caballero entornó los ojos con frustración, pero no se atrevió a replicar por temor a que, al hacerlo, se viera obligado a comenzar otra vez el tortuoso proceso con una nueva corbata. Se recordó con amargura que se lo había prometido a Fletcher y, según su ayuda de cámara, esa noche era el momento adecuado para aparecer con el roquet.
Le lanzó una rápida mirada al hombre, antes de clavar otra vez los ojos en el techo. Aunque las manos de Fletcher se movían con destreza al anudar su exitosa creación de lino blanco, Darcy pudo ver que la mente del ayuda de cámara estaba absorta en lo que le había relatado sobre la entrevista que había sostenido con Manning alrededor de la mesa de billar.
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Cuando Darcy informó que no acompañaría al grupo durante el recorrido por el castillo, a lord Sayre no le había gustado la idea. Había fruncido el entrecejo con irritación, mientras él exponía sus razones y ofrecía sus disculpas, pero su expresión se había relajado considerablemente cuando Darcy mencionó que jugaría al billar con Manning.
—Bueno, si vas a entretener a Manning, está bien —había aceptado Sayre con una sonrisa forzada—. Regresaremos de nuestra pequeña excursión justo a tiempo para que las damas se cambien de ropa para tomar el té. Luego tendremos una corta ronda de juegos de cartas con ellas, un poco de música, la cena y más tarde nos marcharemos a la biblioteca —golpeándose la nariz con un dedo, Sayre le advirtió con una sonrisa—: Espero que no apuestes mucho dinero al billar con Manning, Darcy, porque creo que debes tener la oportunidad de hacer una buena demostración esta noche.
Antes de salir para la sala de billar, Darcy había esperado hasta estar totalmente seguro de que Manning ya debía estar allí. Cuando llegó, oyó el fuerte golpeteo de las bolas, que se estrellaban unas contra otras.
—Manning —lo saludó Darcy, mientras se desabrochaba la chaqueta y se la quitaba.
—Darcy —Manning se enderezó y puso a un lado su taco. El barón avanzó hacia él y luego, para sorpresa de Darcy, pasó de largo y siguió hasta la puerta, que cerró, después de revisar cuidadosamente los dos lados del corredor—. Tengo una doble deuda contigo, Darcy —comenzó a decir Manning, cuando se giró hacia él—, y detesto deber favores. ¡Quiero quedar en paz, aquí y ahora! —Manning esperó un momento a que Darcy contestara, pero luego prosiguió—: Darcy, aquí hay algo que no va bien, y no ha ido bien desde que llegaron esas mujeres.
—¿Esas mujeres? —repitió Darcy.
—¡Sylvanie y esa criada que trajo con ella! Todo el asunto es demasiado extraño —dijo Manning con tono irritado—. Sin embargo, Sayre no quiere oír ninguna objeción y tampoco hace nada para aclarar el asunto, excepto seguir jugando como un loco. Pronto no le quedará ni el traje.
—Es muy desafortunado, no cabe duda —contestó Darcy—, pero ¿qué tiene que ver la imprudencia de Sayre con...?
—¿Contigo, Darcy? —Manning sacudió la cabeza— Monmouth dio en el clavo. ¡Tú eres el «pez gordo» que, de acuerdo con los planes de Sayre, tiene que morder el anzuelo para que se le resuelvan todos sus problemas! —Manning se inclinó sobre la mesa y clavó la mirada en Darcy— Debes saber que cuando saques de aquí a lady Sylvanie para llevarla a tu casa, en Irlanda será vendida una propiedad hasta ahora desconocida, que pertenecía a la difunta viuda del antiguo lord Sayre, y el setenta y cinco por ciento del producto de la venta vendrá a caer en las irresponsables manos de Sayre. Eso es lo que tiene que ver contigo.
—Y si yo estoy satisfecho con la dama, ¿qué me importa que Sayre tenga una ganancia inesperada? —respondió Darcy, tomando prestada otra de las habituales actitudes de Dy y fingiendo desinterés— Yo no necesito ninguna propiedad en Irlanda.
Manning lo miró con una expresión de censura más profunda.
—Pero Sayre sí la necesita, o mejor, el dinero que puede reportarle, y con desesperación. Con tanta desesperación que no quiere analizar las circunstancias que rodean el asunto, que son más que peculiares —Manning volvió a donde había dejado su taco y comenzó a deslizarlo hacia delante y hacia atrás entre sus dedos—. Ayer le preguntaste a Sayre por su madrastra y él te dijo que ella se había marchado de Inglaterra en medio del duelo por la muerte de su padre, ¿no es así? ¡Eso es mentira!
—Sigue —Darcy asintió con la cabeza, y tomó el otro taco.
—Sayre y Trenholme odiaban a la mujer y a su hija. Tan pronto como Sayre obtuvo el título y el control de las propiedades de su padre, las expulsó y las envió a Irlanda con una renta que sólo alcanzaba para alimentar a un ratón —Manning apoyó el extremo de su taco contra el suelo—. Sin embargo, once años después, esa misma mujer, al morir, le dejó al hombre que la desposeyó de todos sus bienes, una importante propiedad, con la condición de que su hermanastra fuese traída de vuelta a Inglaterra y se le arreglara un matrimonio ventajoso.
—Una dama admirablemente astuta. —Darcy se encogió de hombros mientras examinaba la disposición de las bolas sobre la mesa—. Jugó bien sus cartas y le aseguró a su hija la oportunidad de tener un buen futuro.
—Yo diría que las jugó demasiado bien —replicó Manning—. ¡Piénsalo durante un momento, Darcy! Diez años después de deshacerse de su madrastra y de su hermana, Sayre casi ha logrado acabar con su fortuna y necesita dinero con desesperación. Entretanto, la hija rechazada alcanza la edad casadera. Luego se presenta en la Cancillería un caso sobre el que nadie había oído y que le adjudica a la viuda una extensión de tierra, y la mujer muere poco tiempo después —Manning entrecerró los ojos—. Todo parece demasiado conveniente.
—No para la viuda —señaló Darcy, golpeando una bola con la punta del taco y metiéndola en un agujero.
—Tal vez también para ella —Manning miró a Darcy—. Darcy, ¡Sayre no tiene ninguna prueba de que su madrastra esté realmente muerta, ni de que la propiedad exista!
—¿Qué? ¡Es una broma! Entonces, ¿en qué se basó Sayre para traer a lady Sylvanie de Irlanda?
—En una copia del testamento de la viuda y en el testimonio de su apoderado, un primo lejano, creo.
—¿Y Sayre no ha enviado a nadie a Irlanda para asegurarse del asunto?
—Ah, envió a alguien para que le entregara la invitación a lady Sylvanie y la enviara a Norwycke —contestó Manning con una sonrisa amarga—, pero durante los primeros dos meses de estancia en Irlanda, el mensajero no hizo más que escribir mencionando retrasos y dificultades con el primo y los tribunales irlandeses. Parece que las tierras de la familia de la viuda están en un lugar bastante remoto, lo que hace que los viajes sean difíciles y la correspondencia sea casi imposible. Luego se suspendió toda comunicación. Sayre lleva semanas sin saber del mensajero, y tampoco ha mandado a nadie a averiguar qué pasó con él.
—Manning ¿estás diciendo que lady Sylvanie ha elaborado un taimado engaño contra Sayre y que él se niega a verlo, o a hacer algo más para descubrir la verdad? —preguntó Darcy con escepticismo— ¡Es increíble!
—¿Lo es, Darcy? —Manning se enfrentó al escepticismo de Darcy con una seguridad de acero— Es lo que Trenholme sospecha, aunque él también prefiere creer que al final todo saldrá bien y que esa supuesta propiedad evitará que su hermano los arruine a los dos.
Darcy tomó aire antes de contestar, pero decidió contenerlo, mientras analizaba la actitud del barón para asegurarse de que no lo estaba engañando. Manning se dio cuenta exactamente de lo que Darcy estaba haciendo y le devolvió la mirada con altivez.
—Veo que todavía no te he convencido —Manning suspiró, puso el taco sobre la mesa, se llevó las manos a la espalda y se alejó de Darcy, mientras avanzaba hacia uno de los escasos cuadros que todavía adornaban las paredes de la sala de billar. Era una pintura de estilo clásico, que representaba a una perrita que miraba serenamente al espectador, mientras su carnada jugaba a su alrededor—. Darcy, lo que te voy a contar ahora sólo lo hago por la enorme deuda que tengo contigo a causa de tu amabilidad con mi hermana pequeña. Pero al revelártelo estoy exponiendo a mi otra hermana al ridículo, y antes debo tener tu palabra de caballero de que nada de lo que voy a contarte llegará a sus oídos.
—La tienes —respondió Darcy y le tendió la mano.
Manning se la estrechó brevemente pero con firmeza, antes de desviar la mirada y establecer otra vez entre ellos cierta distancia. Luego tomo arre y comenzó:
—Tú sabes, por supuesto, que Sayre y mi hermana ya llevan casados seis años, y como es bastante obvio ella no le ha dado herederos —Manning apretó la mandíbula con gesto severo—. Y tampoco ha tenido el frío consuelo que produce la tragedia de una pérdida. En resumen, nada ha resultado de esta unión y, aunque no lo parece, mi hermana se siente cada vez más desesperada... lo suficientemente desesperada como para recurrir a otros medios.
—¿A qué te refieres, Manning? -pregunto Darcy—. ¡Habla claro, hombre!
—¡Utilizaré palabras sencillas, entonces! —Manning no trató de ocultar la rabia que le producía el hecho de tener que hacer aquella confesión— Mi hermana cree que Sylvanie o esa bruja que trajo con ella pueden obrar algún tipo de milagro que le permita concebir un hijo. No sé de qué manera la convenció o qué promesas intercambiaron, pero Leticia se ha puesto enteramente en manos de Sylvanie. Creo que Sayre también cree algo en ello. Por el bien de Letty, por el dinero que él espera obtener de la venta de la propiedad en Irlanda y por la posibilidad adicional de tener un heredero, Sayre no va a hacer nada que contraríe a su hermana ni va a curiosear demasiado en sus asuntos, hasta que pueda deshacerse de ella a través de una boda —Manning se volvió a buscar los ojos de Darcy y vio cómo éste había bajado la guardia al oír semejante historia tan increíble—. Creas lo que te he dicho o lo rechaces, ¡considero totalmente saldada mi deuda contigo, Darcy! —y diciendo esto, Manning hizo una rápida inclinación y salió de la habitación.
* * * * * *
—Ya casi termino, señor —Darcy pudo sentir cómo aquel armazón le apretaba el cuello de la camisa alrededor de la garganta, mientras Fletcher hacía el nudo final. Tragó saliva varias veces para evitar que el creador del nudo lo apretara tanto que no le permitiera respirar ni conversar y sinceramente deseó poder ver la cara de su ayuda de cámara.
—Listo, señor Darcy. Puede usted mirar hacia abajo... lentamente, lentamente, ahí. ¡Perfecto! —esta vez, cuando entornó los ojos, Darcy se aseguró de que Fletcher lo viera. El ayuda de cámara se permitió una sonrisa fugaz, antes de dar la vuelta para tomar la levita de su patrón.
—¿Y bien, Fletcher? —preguntó Darcy, tirando de las esquinas de la levita y comenzando a abrochársela. Fletcher lo había vestido totalmente de negro, como había hecho para la triunfante velada en Melbourne House, y mientras Darcy se miraba en el espejo, le pareció que todo el efecto era tan impactante como podía desear para una noche como la que le esperaba.
—Imponente, señor, y elegante. Justo lo que necesita esta noche, si me permite decirlo, señor.
Darcy resopló y negó con la cabeza.
—Probablemente tiene usted razón, Fletcher, pero yo estaba más interesado en la opinión que le merece la historia de Manning. Yo creo que él estaba diciendo la verdad, al menos hasta donde la conoce.
—Yo estoy de acuerdo, señor. Nadie divulga a la ligera detalles tan íntimos sobre su familia, y lord Manning es particularmente reservado acerca de sus asuntos. Su ayuda de cámara habla bastante sobre las conquistas femeninas de su patrón, pero sobre todo lo demás guarda estricto silencio.
Darcy avanzó hacia la cómoda en busca del joyero. El alfiler de esmeralda que hacía juego con el chaleco le quedaría muy bien.
—¿Sabe usted, entonces, lo que eso significa?
—Mucho, señor. Al menos establece que lady Sylvanie, o más probablemente su criada, fue la persona que entró en su habitación en busca de algo con que fabricar un hechizo. Y tal como sospeché, era un hechizo de amor, señor. Teniendo en cuenta los avances de ayer de lady Sylvanie y... —Fletcher carraspeó, al tiempo que su patrón fruncía el ceño— su reacción, señor, no tengo duda de que ella realmente cree en el poder de su magia.
—Sí... eso parece evidente —afirmó Darcy, sacando el joyero del cajón y poniéndolo sobre la cómoda—. Pero explica de manera más precisa el comportamiento tan peculiar de Sayre y Trenholme y la forma en que están tratando ahora a lady Sylvanie. Sayre hará lo que sea para verla casada, de acuerdo con los términos del testamento. Entretanto, Trenholme se impacienta por la manera en que Sayre trata de contener su animadversión por el hecho de estar en deuda con una mujer a la que siempre había despreciado.
—Y temido, señor —agregó Fletcher—. El señor Trenholme le tiene miedo a la dama, o a la criada, o a ambas, como también teme que lord Sayre se juegue todo el patrimonio que les queda. Es un miedo perverso, señor Darcy, que parece extenderse por todo el castillo.
El caballero abrió el joyero. El alfiler de esmeralda brillaba a la luz de las velas, encima de los hilos cuidadosamente entrelazados del marcapáginas de Elizabeth. Darcy agarró el alfiler y, mirándose en el espejito que había a un lado, lo puso con cuidado sobre los pliegues del roquet.
—Usted no ha mencionado el aspecto más repugnante de este enojoso asunto —dijo, mirando por encima del hombro.
—¿Las piedras, señor ? —fue más una afirmación que una pregunta.
—Sí —afirmó Darcy en voz baja, al tiempo que se dirigía hacia su ayuda de cámara—, las piedras.
Mordiéndose el labio inferior, Fletcher sacudió lentamente la cabeza.
—¡Una cosa tan maligna y perversa, señor! ¿Acaso podría una mujer... pretendiendo que era un bebé...? —Fletcher levantó la vista para mirar a su patrón, con el rostro tenso por las implicaciones que tenía lo que estaba pensando— Apenas puedo creerlo, señor Darcy.
—Igual que yo —Darcy suspiró—. Sin embargo, toda la información que tenemos apunta en esa dirección. Lady Sylvanie o su dama de compañía.
—O ambas —apostilló Fletcher—. También podría ser que alguien más... enviado por una de ellas... haya hecho el sacrificio en las piedras ¿no?
Darcy frunció el ceño.
—Es poco probable. El sacrificio era una demostración de poder o una manera de adquirirlo. La persona que esperaba obtener algo con él fue quien lo realizó —se volvió otra vez hacia el joyero, con la vista fija en su contenido—. ¿Recuerda la primera noche que pasamos aquí, Fletcher, que vimos una figura en el jardín? ¿Podría haber sido lady Sylvanie?
Fletcher respondió lentamente.
—S-sí, señor Darcy, puede haber sido una mujer.
—Yo creo que tiene usted razón, y también creo que las cosas no pueden seguir así mucho tiempo —Darcy estiró la mano y acarició suavemente el marcador de páginas; luego tomó una decisión y sacó los hilos de seda del lugar donde reposaban.
Fletcher enarcó las cejas con sorpresa.
—¿Un amuleto de la buena suerte, señor Darcy? —preguntó con incredulidad.
—Yo tampoco creo en embrujos, Fletcher —respondió Darcy—, pero en medio de este caos en que hemos caído, siento que necesito tener un punto de referencia, un lugar tranquilo donde reine la bondad y la razón —sostuvo los hilos en la palma de la mano—. Estos delicados hilos me recuerdan que sí existe un lugar así en el mundo.
—Y en realidad existe, señor —dijo Fletcher, asintiendo con gesto solemne.
—Esté atento a mi llamada, Fletcher. Nada de excursiones raras —se dirigió a la puerta—. Y voy a necesitar su ayuda en la biblioteca esta noche.
—¿En la biblioteca, señor Darcy? ¿Cómo el ayuda de cámara de lord... ? —el rostro de Fletcher se iluminó con sorpresa y felicidad— ¡Muy bien, señor!