martes, 31 de agosto de 2010

UNA FIESTA COMO ÉSTA Capítulo XIII (Final)


Una novela de Pamela Aidan


Capítulo XIII


Las heridas de un amigo


—¡Señor Darcy! —exclamó Witcher bastante sorprendido cuando abrió la enorme puerta principal de Erewile House para dejar entrar a su patrón y sus dos acompañantes, varias horas antes de lo esperado.
—Brandy en la biblioteca, si es usted tan amable, Witcher. —Darcy depositó rápidamente el abrigo y las otras cosas en las manos del criado del primer piso y les hizo señas a sus amigos para que hicieran lo mismo—. Y pídale al personal de la cocina que esté levantado que nos prepare algo de cenar.
—Yo no quiero nada, Darcy —interrumpió Bingley—. He comido tantos condenados bizcochos como para tumbar un caballo mientras estaba entreteniendo a la señorita Cecil. O tratando de hacerlo —añadió en voz baja.
—¡Muy bien! ¡Adelante, caballeros! —Darcy señaló las escaleras hacia la biblioteca y luego tomó la delantera. Una vez allí, sus amigos se sentaron en los cómodos sillones en espera de las bandejas que habían ordenado. Un denso silencio invadió el aire, mientras Darcy se agachaba para atizar el fuego de la chimenea.
—Bueno —dijo Bingley rompiendo el silencio, impulsado por una creciente curiosidad—, ¿alguien me va a contar qué ha ocurrido para que muchos de los invitados a la velada salieran precipitadamente a la calle? —Se dirigió a Brougham—. Apelo a usted, señor, pues Darcy no va a soltar palabra.
Brougham miró a su anfitrión, con las cejas enarcadas con aire interrogante.
—De todas formas lo va a leer mañana en las páginas dedicadas a la crónica escandalosa, Fitz.
—Cierto, pero esperemos que hayamos salido a tiempo.
—¿A tiempo para qué? ¿De qué escándalo están hablando? —preguntó Bingley mirándolos a ambos—. ¡Exijo saber!
—A tiempo, mi querido señor Bingley, para evitar que sus iniciales aparezcan impresas en el periódico, como participante en la bacanal de la que acabamos de salir —le informó secamente Brougham—. Sobre usted, señor, no tengo duda, pero sobre Fitz… Bueno —suspiró dramáticamente—, es poco probable que él se escape de que lo mencionen. ¡No después de haber humillado a Brummell! ¡Oh, no, creo que no!
Darcy respondió a la risita de Dy con una mirada fulminante, pero al final su actitud cambió.
—¡Brummell! ¡Se me había olvidado! ¡La maldita corbata! —Se desplomó en una silla y se masajeó las sienes.
—¿Darcy derrotó a Beau Brummell? —Bingley se incorporó en su silla y miró a los dos hombres, tratando de detectar si le estaban tomando el pelo.
—¡Llegó, vio y venció! ¡Acobardó de tal manera a ese petimetre que tuvo que retirar la esfinge! A propósito, Fitz, ¿cuándo le vas a dar la noticia a Fletcher? —La mirada asesina de Darcy y la reservada incredulidad de Bingley animaron a Brougham a seguir con sus burlas, que sólo cesaron cuando se oyó un golpecito en la puerta.
—¡Adelante! —gruñó Darcy, y enseguida varias bandejas de comida pasaron humeando desde la puerta hasta las mesas. Mientras los criados salían en silencio, Darcy se levantó para servir otra ronda y les pasó los vasos a sus amigos—. Propondría un brindis, si se me ocurriera alguno —murmuró—, pero en este momento…
—Por la amistad —interrumpió Brougham con voz baja pero firme. Darcy lo examinó durante varios segundos; Brougham le respondió con una mirada intensa y cálida. Ante semejante envite, no pasó mucho tiempo antes de que una reticente sonrisa comenzara a esbozarse en las comisuras de su boca.
—¡Por la amistad, entonces! —respondió Darcy, levantando su vaso. Brougham hizo lo mismo con el suyo y Bingley se unió alegremente, pronunciando el mismo voto. Después de beberse el licor con una carcajada, los tres se concentraron en los manjares que habían traído los criados de Darcy y se acomodaron en los cojines ante el fuego.
Mientras Dy entretenía a Bingley haciendo un repaso a los sucesos de la velada, relatados con mucha más gracia de la que él recordaba haber experimentado, Darcy observaba atentamente a Charles. Nada había salido bien. De hecho, había resultado casi un desastre y no podía evitar fruncir el ceño al pensar en lo que escribirían los periódicos del día siguiente. Ante el relato de Brougham, Charles se mostró divertido y asombrado, pero Darcy percibió un fondo de tristeza en la actitud de su amigo. Cuando respondió a las preguntas de Dy acerca de la señorita Cecil, Darcy sintió que su inquietud se confirmaba al oír que Charles comparaba a la dama de manera desfavorable con la que había conocido hacía poco en Hertfordshire.
—¡Hertfordshire! Darcy ya me ha contado. ¿Va usted a hacer una oferta?
—¡Dy! —protestó Darcy.
—Por la propiedad. Hacer una oferta por la propiedad. —Brougham lo miró con severidad y luego volvió a fijar su atención en Bingley.
—Lo había estado considerando —contestó Bingley, sin darse cuenta del intercambio de miradas entre los otros dos— y ya casi había llegado a una decisión. Pero ahora no estoy seguro. Darcy me aconseja que me tome un tiempo y busque más.
—Ése es, en general, un excelente consejo; pero puede haber otras consideraciones.
—Sí —contestó Bingley, demasiado rápido para el gusto de Darcy—. Pensé que las podía haber, pero Darcy… bueno, puedo estar equivocado.
—Ya veo… —Brougham dejó la idea en el aire—. Antes de saltar obstáculos, es bastante sano estar seguro del terreno que se pisa. ¿Te hablé de Sansón, Fitz? —Brougham se recostó en la silla—. ¡Lo perdí en Melton, pobre animal!
—¡No! —Darcy respondió de manera emotiva al dolor que revelaba la voz de su amigo. Ante la pregunta de Bingley, explicó—: El caballo favorito de Brougham e hijo del mismo semental que mi Nelson. ¿Qué sucedió, Dy?
—Un accidente estúpido, en realidad. He estado en Melton en innumerables ocasiones, lo conozco como la palma de mi mano; excepto que este año uno de los propietarios locales no permitió que incluyeran sus campos en el recorrido de la partida de caza. Llegué demasiado tarde para echarle un vistazo a los nuevos campos y, por ciertas consideraciones que no mencionaré, me uní precipitadamente a la contienda. —Hizo una pausa para darle un sorbo a su brandy y miró solemnemente a Bingley—. Había un seto, ¿sabe? Más alto de lo que yo había intentado saltar y desconocido para mí, con una zanja al otro lado tan ancha como la distancia hasta la China. Sansón se enfrentó al seto como un héroe, pero la zanja nos pilló a los dos por sorpresa. Los dos caímos estrepitosamente, pero Sansón recibió la mayor parte del impacto, permitiéndome a mí salir rodando sólo con un tobillo torcido y un hombro dislocado. Siempre me había reído de la formalidad de Melton: la pistola en la alforja, el disparo y todo eso. Pero, ¿sabéis? Ese día me alegró. Condenarlo a horas de ese dolor mientras yo me arrastraba hasta encontrar un granjero… y todo a causa de mi locura… —Brougham se detuvo de pronto y miró hacia el líquido color ámbar de su vaso antes de beberse un trago—. Estad seguros del terreno que pisáis, amigos míos, muy seguros.
El chisporroteo del fuego en la chimenea fue lo único que perturbó el silencio que siguió al relato de Brougham. Con disimulo, Darcy observó la reacción de Bingley ante la historia de Dy y se sintió complacido de ver la actitud pensativa que adoptaba. Entonces volvió a mirar a Brougham y asintió con la cabeza en señal de agradecimiento por su ayuda.
Dy le hizo un gesto casi imperceptible con los hombros, acompañado de una sonrisa tensa y rápida, y luego se puso de pie.
—Caballeros, ahora debo desearles buenas noches. Ésta ha sido una velada memorable, por no decir reveladora. Creo que es suficiente mencionar que hemos visto algunas personas más de las que nos habíamos propuesto. —Unos gruñidos lo interrumpieron, pero él continuó—: Y hemos estado expuestos —añadió mientras se oían más gruñidos— a nuevas experiencias. —Bingley se rió por el juego de palabras. Brougham le tendió la mano—. ¡Señor Bingley, encantado!
—¡El placer es todo mío, lord Brougham! —Charles le estrechó la mano y se inclinó, visiblemente complacido por haber entrado en el círculo de Brougham.
—Fitz —le dijo Brougham a Darcy, volviéndose hacia él—, dudo que te vea nuevamente antes de que salgas para Pemberley. ¿Le darás mis recuerdos a Georgiana?
—¡Por supuesto!
—¡Bien! Envíame una nota cuando regreses a la ciudad, o tendré que tratar de sobornar otra vez a Witcher, lo que no me hará mucho bien. ¡Ah! Y felicita a Fletcher de mi parte, por favor. ¿Se le subirán mucho los humos si le mando una muestra de mi estimación? Recordaré durante muchos días la expresión de Brummell.
—¡Estoy tentado de ponerlo en tus manos por completo! Charles —le dijo Darcy a Bingley—, discúlpame un momento mientras acompaño a Brougham a la puerta. —Ante el gesto de asentimiento de Bingley, Darcy escoltó a su amigo hasta el corredor, deteniéndose para asegurarse de que la puerta de la biblioteca quedara bien cerrada. Con un gesto, acompañó a Brougham hasta la escalera.





—Dy —dijo, poniendo una mano sobre el brazo de Brougham—, mis sinceras condolencias por Sansón; era un magnífico animal.
—Sí, lo era, ¿verdad? —Brougham suspiró mientras bajaban las escaleras—. Como dije, «un héroe». Pude haber sido yo el que se rompiera el cuello. ¿Alguna posibilidad de que Nelson tenga descendencia?
—Lo intentaré, te lo prometo. —Darcy miró alrededor, y al ver que no había ningún criado, continuó—: Pero, en realidad, quería acompañarte para darte las gracias. Creo que tu historia le ha dado un poco de sosiego a Bingley.
—¿De verdad lo crees? —Llegaron al vestíbulo, donde Witcher y un lacayo se apresuraron a entregar a Brougham sus pertenencias—. ¡Qué interesante!
—¿Por qué? ¿A qué te refieres?
Brougham se puso el abrigo y se ajustó el sombrero con aire indiferente.
—¡Porque la historia era para ti! Hay más cosas sobre Hertfordshire que no me has dicho, viejo amigo. Sé que quieres hacerle un favor a Bingley en este asunto, y es posible que él lo necesite, pero ten cuidado, Fitz. Asegúrate del terreno que pisas y revisa cuidadosamente la naturaleza de tu interés. —Brougham le dio una palmada en el hombro—. ¡Buenas noches y feliz Navidad! Witcher —dijo y le dirigió una sonrisa al viejo mayordomo—, mis recuerdos para su querida esposa y feliz Navidad para usted también.
—Gracias, señor, y feliz Navidad, señor.
Mientras Witcher cerraba la puerta tras Brougham, Darcy volvió a subir las escaleras hasta la biblioteca, distraído, pensando en el comentario de despedida de Dy.
—Darcy. —La súbita aparición de Bingley entre las sombras interrumpió sus pensamientos—. Se está haciendo tarde. Creo que yo también debo marcharme. —Darcy dio media vuelta y los dos bajaron las escaleras—. ¡Vaya velada!
—¡Estoy de acuerdo, y es una velada que no pretendo repetir nunca! —comentó Darcy—. En el futuro, me arriesgaré a ir a Drury Lane para oír a la Catalani.
—Ah, es cierto, ¡nunca llegamos a oír a la diva! Pero, de verdad, Darcy, nunca había visto tanta opulencia y elegancia en mi vida. Todo estaba a la moda y era de un gusto exquisito. Y aunque había algunos a quienes no dudaría en catalogar de demasiado petulantes, muchos invitados me parecieron bastante amables. ¡Y Brummell, Darcy! ¡Pensar que le has hecho sombra!
—Sí, bueno, cuanto menos se hable sobre eso, mejor.
—Como dijo lord Brougham, ¡eso es poco probable! Él es un gran cazador, ¿no es así? Tanta humildad. —Llegaron abajo y Bingley recogió sus cosas de las manos del criado—. ¡Qué pena lo de su caballo! Lo hace a uno pensar, ¿no es así?
Darcy miró fijamente a Bingley, que adoptó una actitud solemne.
—¿Estar seguro del terreno que pisas antes de saltar la cerca?
—Sí… eso. —Bingley respiró profundamente—. Estoy comenzando a ver la sabiduría de tu consejo. Me estaba apresurando a saltar la cerca, sin estar seguro del terreno e ignorando la advertencia de un amigo —confesó—. Debo pensar racionalmente acerca de la señorita Bennet, tal como me has aconsejado.
Darcy trató de ocultar la euforia que le produjeron las palabras de Bingley.
—Eso es todo lo que te pido, Charles —respondió en voz baja—. Estoy seguro de que después de hacer una reflexión juiciosa sobre el asunto, encontrarás una respuesta satisfactoria. —A pesar de la débil sonrisa con la que Bingley le respondió y la tristeza que volvió a cubrir sus ojos, Darcy se permitió pensar que su campaña se acercaba a un final victorioso. Si la señorita Bingley podía añadir a su consejo un testimonio lo suficientemente desinteresado que corroborara la indiferencia de la señorita Bennet, el asunto estaría resuelto, estaba seguro. Debía enviar una nota de inmediato.
—Buenas noches, Darcy. ¿Cenamos en Grenier's el domingo?
—Que sea el lunes, después de que me enfrente a Lawrence en su caverna, y allí estaré.
—¡Lawrence!
—Sí, estoy tratando de que haga un retrato de Georgiana cuando la traiga conmigo después de Navidad. A la mañana siguiente, espero partir para Pemberley.
—Entonces, será el lunes. Buenas noches otra vez, Darcy. Señor Witcher.
Darcy esperó hasta que Bingley se subiera al coche que le habían pedido y el cochero arreara al caballo, antes de cerrar la puerta.
—¿Eso será todo por hoy, señor Darcy? —preguntó Witcher, sacándolo de sus reflexiones.
—Sí, Witcher. Mande a los criados a descansar y tenga el desayuno listo a las diez, supongo.
—Muy bien, señor. ¿Llamo a Fletcher?
—Sí, por favor. Y Witcher —detuvo al mayordomo cuando estaba tomando la cuerda de la campana—, tengo que enviar una nota mañana temprano. No se necesita contestación.
—Sí, señor. —Witcher tiró de la cuerda y Darcy volvió a subir las escaleras para ultimar dos cosas. La primera era una nota para la señorita Bingley; la segunda sería una confrontación con su ahora famoso ayuda de cámara. Cuando Darcy llegó finalmente a su habitación, encontró su ropa de dormir cuidadosamente puesta sobre la cama, una jarra con agua caliente y otra con agua fría listas y sus artículos de tocador organizados sobre el lavabo. Ya habían desaparecido todas las prendas de ropa que había visto desplegadas para su inspección aquella noche. Incómodo por la meticulosa estrategia de Fletcher, Darcy cerró la puerta de la habitación con fuerza y se dirigió rápidamente hasta el centro de la estancia, con las manos en la espalda y tratando de adoptar una mirada severa. La puerta del vestidor se abrió casi antes de que él estuviera listo.
—Señor D…
—¡Fletcher, quiero hablar un momento con usted!
Al oír el tono de Darcy, Fletcher primero abrió los ojos y luego bajó la mirada.
—Sí, señor Darcy.
—Recuerdo con claridad haberle advertido que no quería competir con el señor Brummell ni llamar excesivamente la atención de nadie. —La indignación de Darcy volvió a encenderse y se entusiasmó con el tema—. Creo que esas fueron mis instrucciones precisas, ¿no es así?
—Sí, señor.
—Pues, señor Fletcher, usted me ha fallado en los dos aspectos.
Fletcher levantó la cabeza, y por su rostro cruzaron sucesivamente expresiones de culpa, incertidumbre y prudencia.
—¿De verdad, señor?
—¡Dolorosamente cierto, Fletcher! Usted me ha convertido en «el espejo de la moda y el ejemplo de la elegancia», y ¡ciertamente no se lo agradezco! Sucede que me habría gustado pasar inadvertido en Melbourne House esta noche; pero gracias a esta maldita corbata, no tuve oportunidad de hacerlo. Y ahora me encuentro en la posición más desagradable. —Comenzó a pasearse por la habitación—. «Medida por medida» dijo usted. ¡Pero yo no me imaginé que se refiriera a Brummell! ¿Sabía usted que él conoce su nombre con exactitud?



—Había oído rumores… —Fletcher se puso pálido como el papel, pero Darcy no supo si debido a la culpa o a la sorpresa.
—¡Rumores! ¡Me sorprende que no tengan comunicación directa! ¡Había apuestas, Fletcher, apuestas! —Darcy se detuvo sólo a un paso de su ayuda de cámara, cuyos ojos estaban nuevamente fijos en el suelo—. ¡No lo voy a tolerar, Fletcher, en absoluto! Si usted desea ser el ayuda de cámara de un dandi, tiene mi permiso para buscar a alguien que disfrute arreglándose para la sociedad. Pero si va a continuar a mi servicio, se contentará con mis sencillos requerimientos. —Dio media vuelta, se sentó frente al tocador y gruñó—: Ahora, deshaga este infernal nudo.
—Sí, señor Darcy. —Fletcher se acercó con cuidado y comenzó a deshacer el intricado nudo con dedos expertos—. ¿Señor Darcy? —preguntó después de aflojar la corbata.
—¿Sí, Fletcher?
—Si me permite, señor… ¿Exactamente hasta qué punto fue grave mi falta esta noche, señor?
Darcy le lanzó una mirada cautelosa. La angustia y el orgullo libraban una batalla abierta en una actitud que solía ser impenetrable para él. El excelente control de Fletcher estaba a punto de desaparecer, y dada la relación tan íntima que tenía con aquel hombre, Darcy tuvo que pensar cuál sería la razón. Daba por descontado el hecho de que había tenido éxito al intimidar a Fletcher. Así que no, la respuesta no estaba en la angustia por la amonestación; entonces había que considerar el orgullo. Darcy se aclaró la garganta.
—La esfinge se ha retirado.
Las manos de Fletcher temblaron.
—¡Así de grave, señor! —Fletcher también carraspeó—. Por favor permítame ofrecerle mis más sinceras excusas y rogarle que «no reflexione con excesivo detalle» sobre el asunto. —La afrentosa corbata yacía ahora amontonada sobre el tocador.
—Mmm —resopló Darcy y miró al ayuda de cámara con el rabillo del ojo. Tenía razón, Fletcher había sucumbido al canto de sirena de su arte, y al humillar al celebrado árbitro de la moda había alcanzado de manera incuestionable la cima de su profesión. Darcy sintió una oleada de comprensión y simpatía por el orgullo que sentía Fletcher por el éxito de su arte, pero ésta fue rápidamente temperada al recordar que ese éxito se había obtenido a su costa, sin contar con su aprobación y sin que él ni siquiera lo supiera. Fletcher parecía estar realmente arrepentido y la inconveniencia de conseguir un nuevo ayuda de cámara… Darcy negó con la cabeza. El hombre estaba con él desde que había vuelto de la universidad y no se podía imaginar enseñándole a un nuevo ayuda de cámara todas esas preferencias que Fletcher comprendía tan bien. Lo apropiado en ese momento parecía ser mantener la mano firme y, tal vez, ofrecerle una zanahoria.
—Supongo que «debe entregarse al olvido lo que no tiene remedio. Lo hecho, hecho está». Pero, Fletcher, no me vuelva a hacer esta clase de truco nunca más. «Más sustancia y menos retórica». ¿Entiende usted?
—Sí, señor. —El alivio en la voz y la actitud de Fletcher fue palpable.
—No crea que el asunto está totalmente terminado —continuó diciendo Darcy, levantándose para que Fletcher lo ayudara a quitarse la levita—. Hasta que algún personaje supere su roquet, estaré obligado a aguantar a innumerables idiotas que querrán saber cómo se hace. ¡Gracias a Dios me marcharé pronto a Pemberley!
—«La naturaleza de la clemencia es que no sea for…». —El ayuda de cámara comenzó a citar otra vez a Shakespeare con sinceridad.
—Sí, bueno, le ruego que no permita que este triunfo suyo y la notoriedad que conlleva interfieran en sus deberes o los del resto de la servidumbre.
—No, señor —contestó el ayuda de cámara. El chaleco con hilos color zafiro se deslizó por los hombros de Darcy, y cuando éste se volvió a mirar a Fletcher mientras doblaba cuidadosamente su ropa, preparándose para abandonar la habitación, vio con claridad que la ecuanimidad del hombre había sufrido un desequilibrio esta noche. Todo el mes había sido demasiado perturbador para los dos.
—Fletcher —dijo Darcy, cuando su ayuda de cámara avanzaba hacia la puerta—, lord Brougham me pidió que le transmitiera sus felicitaciones.
—¿En serio, señor? Lord Brougham es muy amable.
—Quería que usted supiera que recordará durante varios días la expresión de la cara de Brummell mientras contemplaba su derrota a manos suyas. Y, Fletcher —concluyó—, reciba también mis felicitaciones.
—¡Gracias, señor Darcy! —Fletcher hizo una pronunciada reverencia.
Se desearon buenas noches mutuamente y Darcy dio media vuelta para prepararse para dormir, mientras rogaba con devoción para que su tarea de disuadir a Bingley estuviese a punto de finalizar y nada se interpusiera en el camino de una pronta partida hacia Pemberley. Tanto él como Fletcher podrían recuperar el equilibrio allí. Todo volvería a la normalidad.

martes, 24 de agosto de 2010

UNA FIESTA COMO ÉSTA Capítulo XII

Una novela de Pamela Aidan

Capítulo XII


No todo lo que reluce…


Con su acostumbrada precisión, Darcy estampó su firma en el último documento de negocios que esperaba encontrar antes de marcharse de Londres para pasar la Navidad en Pemberley, y se lo entregó a Hinchcliffe para que le echara la arenilla secante y lo sellara. ¡Por fin estaba libre de los aspectos tediosos de su regreso a la ciudad y podía dedicar su atención a actividades más placenteras! Aunque, en realidad, la velada de esa noche en casa de lord y lady Melbourne en Whitehall no respondía exactamente a todo lo que él consideraba placentero, reconoció para sus adentros, mientras cerraba los libros de contabilidad. Únicamente la muy anunciada aparición de la Catalani podía haberlo convencido de aceptar una de las invitaciones de lady Melbourne, porque, en general, él siempre seguía el consejo que le había dado a Bingley y evitaba al grupo de esa dama tanto como era posible.


La manera en que lady Melbourne alentaba las excentricidades del príncipe regente no era la única razón para que Darcy mantuviera una actitud distante. Los rumores sobre las intrigas y las irregularidades que ocurrían dentro de las paredes de Melbourne House se remontaban a treinta años atrás, hasta el nacimiento del heredero del vizconde, y llegaban hasta la actualidad en forma de chismes sobre la escandalosa conducta de la nueva esposa del heredero. Darcy había estado presente en la boda del honorable William Lamb con lady Caroline Ponsonby, durante una de sus escasas visitas a la ciudad mientras su padre estaba enfermo. Consideraba a Lamb como un buen tipo, sensato en su objetivo de seguir una carrera política y de un carácter más serio de lo que podían esperar sus electores a juzgar por sus antecedentes. Pero su matrimonio con lady Caroline, que ya era conocida por una conducta poco convencional, fue, en opinión de Darcy, una imprudencia. En esto Darcy había tenido mucha razón, y mientras asentía para autorizar a Hinchcliffe a guardar los libros, pensó en cuál de las dos damas tendría más probabilidades de dar un espectáculo esa noche: ¿la temperamental diva o la impredecible lady Caroline?


—Otro buen día de trabajo, Hinchcliffe —le dijo Darcy a su secretario en tono elogioso—. Usted ha supervisado todo de manera admirable. Nunca podría haber conseguido tantas cosas sin contar antes con su atención.


—Un placer, señor —respondió el sombrío secretario, bajando ligeramente los ojos—. ¿Ya ha fijado fecha para su partida hacia Pemberley, señor? Me gustaría empezar a disponerlo todo.


—El martes 17, creo, si logro ver a Lawrence el lunes. ¿Ya hemos recibido respuesta a mi solicitud?


—Llegó esta tarde, señor Darcy. —Hinchcliffe abrió su omnipresente carpeta de cuero, extrajo una nota un poco arrugada y manchada de pintura y leyó: «El señor Thomas Lawrence tendrá el gusto de recibir al señor Fitzwilliam Darcy a las dos y media el lunes 16 de diciembre, en su residencia, Cavendish Square»—. ¿Envío confirmación, señor?


—Sí, hágalo. Si mi entrevista sale bien y él está de acuerdo, Lawrence hará un retrato de la señorita Darcy cuando ella venga a Londres conmigo en enero. —Darcy sonrió al ver la expresión de sorpresa de Hinchcliffe—. De hecho, tengo total confianza en que podré convencerla de que venga conmigo. No para la temporada social, claro, es demasiado joven, pero habrá reuniones suficientemente tranquilas, óperas y obras de teatro y… —añadió en voz baja después de hacer una pausa—: y será estupendo tenerla entre nosotros, ¿no es así?


—Así será, en efecto, señor Darcy. —La expresión de ternura que cruzó fugazmente por el rostro de Hinchcliffe confirmó lo que Darcy sabía desde hacía años. Él podía estar seguro de la lealtad de su secretario, pero la depositaria de la devoción de Hinchcliffe era su hermana, que había nacido el mismo año en que él entró a trabajar para la familia.


El reloj de la biblioteca dio las cuatro, y como si estuviera planeado, Witcher abrió la puerta en ese momento, pero no para hacer el esperado anuncio de que el té estaba listo.


—Señor Darcy, lord Dyfed Brougham está aquí para…


—Sí, sí, estoy aquí para verte, Fitz; y sé que estás en casa. No trates de deshacerte de mí con algún cuento chino, ¡porque sé que estás aquí! —La elegante figura de lord Brougham invadió el umbral de la puerta y luego pasó junto al mayordomo—. Buen intento, Witcher, pero Fitz me recibirá, ¿no es así, viejo amigo? —le dijo a Darcy con una sonrisa triunfal.


—Dy, ¿no tienes nada mejor que hacer que perturbar a mis empleados? —Darcy sacudió la cabeza al dirigirse a su viejo amigo de la universidad.


—¡Absolutamente nada más! ¡Excepto, tal vez, molestarte a ti! —Lord Brougham estiró la mano y estrechó la de Darcy con fuerza—. ¿Dónde has estado este último mes? Llegué a la ciudad y encontré cerrada tu puerta, y lo único que pude sacarle a Witcher fue que «El señor Darcy estaba de visita en el campo». Le ofrecí veinticinco libras para que me dijera dónde, pero el señor Witcher aquí presente —dijo lord Brougham, señalando con la cabeza al mayordomo— no soltó palabra.


—Que eso te sirva de lección para que no intentes sobornar a los criados leales —le contestó Darcy con una carcajada.


 —Bueno, todos esos años en la universidad no me han enseñado nada, así que dudo que esto lo haga. ¡Soy un caso perdido, ya lo sabes! —Brougham se dejó caer pesadamente en uno de los sillones al lado de la chimenea y miró a su alrededor—. Te pillé haciendo cuentas, ¿no es así, Fitz?


—No, de hecho acabamos de terminar; y estaba esperando el té…


—¡Té! ¡Buena idea! —Se incorporó en su asiento de un salto—. ¿Por qué no vamos hasta el club tú y yo? Apuesto a que no has visitado Boodle's desde que regresaste de… ¿en dónde has estado escondido?


—Hertfordshire.


—¡Dios, no me digas! ¡Hertfordshire! —exclamó Brougham con aire pensativo—. ¿Haciendo qué, Fitz?


—Te lo contaré cuando lleguemos al club. —Darcy se volvió hacia su mayordomo que, conociendo la naturaleza alegre de lord Brougham, estaba sonriendo discretamente tapándose la boca—. Mis cosas, Witcher, si es usted tan amable. Parece que tomaré el té en Boodle's.


Los dos hombres bajaron los escalones de la entrada de Erewile House y se subieron en el cabriolé de lord Brougham, que en minutos los llevó, bajo su experto látigo, hasta el silencioso santuario de Boodle's. El arrogante portero del club los acompañó al interior, donde varios lacayos se apresuraron en silencio a ocuparse de sus abrigos, sombreros y guantes.


Acompañando a su amigo mientras atravesaban el pavimento ajedrezado de mármol italiano, Darcy enarcó una ceja.


—¿Adónde vamos, Dy?


—A algún lugar donde podamos hablar en privado sin escandalizar a los socios más antiguos. El extremo del comedor, tal vez. —Brougham hizo un guiño al ver una sombra de reserva que cruzó enseguida el rostro de Darcy—. ¡Ah, nada tan malo como eso, Fitz! A menos que te hayas estado divirtiendo en… ¿dónde era? ¿Herefordshire?


—Hertfordshire, ya lo sabes —respondió Darcy de manera tajante.


—¡Ah! Ya veo que tenemos mucho terreno por cubrir. —Brougham comenzó a caminar hacia uno de los corredores revestidos de madera que formaban un arco sobre las escaleras que llevaban del vestíbulo a los pisos superiores del club.


Tal vez esto no ha sido una buena idea. Darcy entrecerró los ojos al observar la espalda de su amigo, mientras lo seguía hacia el comedor. Sabía muy bien que bajo la apariencia de diletante de Dy se escondía una mente aguda que, a pesar de sus declaraciones, era capaz tanto de diseñar un puente como de componer un soneto. Los dos habían competido intensamente en la universidad y Darcy recordaba muy bien, por si su amigo no tenía tan buena memoria, la cantidad de premios que Dy había ganado en Cambridge. Mientras, pensó Darcy con incomodidad, traía de cabeza a sus tutores.


En los siete años que habían transcurrido desde entonces, y a través de su estudiada elegancia y sus veleidosos modales, Dy había logrado hacer que la sociedad olvidara esos triunfos y le atribuyera solamente una encantadora frivolidad. Darcy se había preguntado muchas veces por qué quería dar aquella imagen, pero Dy había esquivado hábilmente todos sus intentos de obtener una respuesta. Cómo o por qué su amigo había decidido dirigir su vida en esa dirección seguía siendo un tema tabú entre ellos, pero como no afectaba a la firmeza de su larga amistad, Darcy había preferido, desde hacía tiempo, dejar la pregunta sin respuesta. Sin embargo, había descubierto que su tolerancia hacia la infructuosa existencia de Dy no siempre encontraba una respuesta recíproca. Si no soy extremadamente cuidadoso, se advirtió, Dy descubrirá a través de mis propios labios lo que más quiero ocultar.


Cuando entraron en el espacioso comedor, Brougham pidió inmediatamente la mesa más cómoda.


—Aquí, esto está perfecto, Fitz. —Le ofreció una silla a Darcy y luego se sentó en la que disponía de la mejor vista de todo el salón—. Pidamos nuestro té y luego podrás contarme todo acerca de tu expedición al campo. —Mientras los camareros traían un plato tras otro de lo que Boodle's consideraba un té apropiado para sus miembros, Darcy y Dy se entretuvieron intercambiando trivialidades y bromas acordes a su larga amistad. Cuando por fin quedaron solos, Dy se puso un poco más serio y habló con más franqueza mientras informaba a su amigo de los rumores económicos y las especulaciones políticas que realmente importaban a los hombres en la posición de Darcy.


—Eres una increíble fuente de información —comentó Darcy secamente, cuando Brougham hizo por fin una pausa para darle un largo sorbo a su té—. Uno casi podría suponer que es una pasión.


—¡Oh, nada tan fatigoso! Uno oye cosas, ya sabes. Reuniones, fiestas, partidas de caza, lugares de juego… lo que sea, charla y más charla. Lo que sucede es que tengo una memoria endemoniadamente prodigiosa. —Le lanzó a Darcy una expresiva mirada y suspiró—. Es una más de las maldiciones que debo soportar.


—Y dime, ¿cuáles son las otras? —Darcy se rió abiertamente ante la actitud de autocompasión de Dy—. Una fortuna muy considerable, una delicada personalidad y…


—¡Por favor, no más! ¡Me estás haciendo avergonzar! Lo cual es particularmente molesto pues era yo quien trataba de avergonzarte. Ahora, cuéntame sobre Hertfordshire —exigió Brougham.


—¿Estás seguro de que no es Herefordshire? —le dijo Darcy, mientras trataba de ganar tiempo para ponerse en guardia.


—No, estoy seguro de que dijiste Hertfordshire. Vamos, vamos; cuéntale a papá qué hiciste. La confesión, ya sabes… es buena para el alma y todo eso. —Brougham lo miró deliberadamente.


Darcy se sorprendió retorciendo la servilleta que tenía sobre las piernas. La cara de Dy era toda sinceridad, con un toque de humor sarcástico que invitaba a las confidencias. Al principio, la idea de reclutar a su viejo amigo para ayudarlo le había parecido totalmente imposible. Pero cuando se sentaron en silencio a tomarse su té, lentamente fue adquiriendo un matiz razonable. Darcy no iba a contarle todo, claro. Nada sobre… bueno, sólo lo que Dy necesitaba saber para ayudarlo con Bingley.


—¿Conoces a mi amigo Charles Bingley?


Brougham asintió con la cabeza.


—Un joven del norte, con más disposición que buen juicio. Tú le has hecho unos cuantos favores últimamente.


—Bingley alquiló por un año una pequeña propiedad en Hertfordshire y se enredó con una jovencita de una familia poco conveniente. —Darcy fue tejiendo su historia, teniendo cuidado de no mencionar que él también había caído en una tierna fascinación—. Así que —concluyó—, como al hombre no se le puede mencionar el tema y no atiende a razones, estoy intentando un juego encubierto. Sembrando dudas, ese tipo de cosas. Lo encuentro terriblemente incómodo.


—¡Me lo imagino! No va con tu carácter, Fitz. ¿Crees que él sospecha algo?


—No, no lo creo. Al menos, lo dudo. Confía en mí ciegamente, ¿sabes? —Darcy se sonrojó y fijó la vista en su anillo de rubí.


—Es probable que tengas razón en que no sospecha. «El corazón que es consciente de su propia integridad tarda en dar crédito a la traición de otro». ¡Ah, lo lamento, Fitz! —Brougham se disculpó al ver la expresión de dolor de Darcy—. No quería que sonara así. Bueno, ya tienes el toro por los cuernos. ¿Cuál es tu siguiente movimiento?


—Vamos a asistir a la velada de lady Melbourne esta noche.


—¡La divina Catalani! Fitz, tienes suerte. Yo también he enviado confirmación de mi asistencia a esa velada. ¿Cómo puedo ayudarte con el encantado señor Bingley?


—Ayúdame a presentarle nuevos encantos. Tú sabes lo torpe que soy para esas cosas, Dy. Pero espera —Darcy respondió con rapidez a la mirada de suspicacia de Brougham—, con eso quiero decir jovencitas decentes. Si le presentas alguna de las amigas íntimas de lady Caroline, te saco del asunto, ni se te ocurra intentarlo.


Brougham levantó las manos con fingido horror.


—¡Dios no lo permita, Fitz! Pero ¿dónde diablos sugieres que encuentre esas «jovencitas decentes» en una velada ofrecida por lady M?


—¡No creo que sea un desafío muy grande para alguien que carga con «la maldición de una memoria prodigiosa»! —le repitió Darcy. A pesar de lo razonable que parecía confiar en Dy, Darcy estaba comenzando a dudar.


—Sí —dijo Brougham, arrastrando la voz—, claro. Haré mi mejor esfuerzo, amigo. Ahora bien, ¿vamos juntos o debemos fingir que nos encontramos allí por casualidad?


—Nos reuniremos contigo allí, pero no voy a fingir que no fue planeado. Le contaré a Charles que convinimos encontrarnos, digamos, a las nueve y media cerca del salón de juego.


—¡Hecho! No hay nada como un poco de intriga para animar la velada. ¿Puedo dejarte en Erewile House?


Los dos se levantaron de la mesa y cruzaron a grandes zancadas los distintos salones del club, deteniéndose aquí y allá para intercambiar saludos con los conocidos de uno y otro, pero dirigiéndose hacia la puerta principal. Trajeron el cabriolé de Brougham y los caballos enfilaron hacia Grosvenor Square.


—No me has hablado de Georgiana —le dijo Brougham a Darcy con tono acusador—. Dios, debe de haberse convertido en una joven damita.


—Sí… sí, así es. Pretendo traerla conmigo a la ciudad en enero.


—¡Pero no para la temporada! ¡No puede estar tan crecida!


—En eso estamos de acuerdo. No, sólo quiero que conozca algunos de los entretenimientos de la ciudad. Disfruta mucho con la música y ha cultivado un gusto muy refinado.


—Y tú te vuelves muy elocuente cada vez que hablas de ella. —La cara de Brougham adoptó una expresión distante—. Te envidio, Fitz. Te envidio incluso desde que Georgiana era una chiquilla traviesa, que entorpecía inocentemente nuestros planes. ¿Recuerdas ese verano que pasé en Pemberley después de nuestro primer año en Cambridge?


—¿Cómo podría olvidarlo? ¡Fuiste tú quien la encontró! Nunca olvidaré la imagen de ella en tu regazo, al entrar en el jardín.


Brougham suspiró con tal sigilo que Darcy casi no lo nota.


—Fitz, tengo que confesarte algo. Fui yo quien escondió la maldita muñeca que ella estaba buscando. Si no la hubiese encontrado… —Se detuvo bruscamente—. Bueno, lo hice y eso, como suele decirse, es todo. ¡Y aquí estamos! —Brougham detuvo a los dos caballos bayos y se inclinó para abrirle la puerta a Darcy—. En el salón de juego de lady M a las nueve y media. Yo seré el que lleva una flor en el ojal. —Saludó a Darcy con el látigo—. ¡Au revoir!


Darcy se quedó parado en la penumbra, observando el cabriolé con el ceño fruncido, hasta que dio la vuelta a la esquina y desapareció de su vista. Luego, sacudiendo lentamente la cabeza, subió los escalones hasta Erewile House.




************





—¡Señor Darcy! —La puerta de la habitación se estaba cerrando tras él, cuando Fletcher, muy agitado, casi le saltó encima desde atrás.


—¡Por Dios, Fletcher! —protestó Darcy, sorprendido—. Todavía no le he llamado.


—No hay tiempo para eso, señor Darcy. ¡Tenemos que empezar ya! Su baño estará listo en un minuto. ¿Elegimos la ropa que llevará a la velada de esta noche? ¿Tenía usted algo en mente? —Darcy echó un vistazo a la habitación y notó, entre divertido y alarmado, que prácticamente todas las prendas de gala que poseía estaban colgadas o desplegadas por todos lados. Un montón de corbatas de lazo recién almidonadas reposaba dócilmente junto al joyero. Sus distintos pares de zapatos de gala habían sido lustrados hasta la perfección. Todo tenía la apariencia de una campaña militar, pensó Darcy mientras volvía a fijar su mirada en el ayuda de cámara.


—Creo que le han informado mal, Fletcher. Sólo es una velada, no una invitación a Carlton House.


—Precisamente, señor —resopló Fletcher—, ¡si se tratara de Carlton House! Pero en lugar de eso es Melbourne House, un lugar mucho más refinado, señor.


—Ajá —fue toda la contestación de Darcy cuando comenzó a avanzar hacia el vestidor, con Fletcher pisándole los talones. Durante el proceso de desnudarse y bañarse, su ayuda de cámara se movió con total profesionalidad y precisión. Una orden susurrada a un muchacho de la cocina por aquí o una pregunta en voz baja para sí mismo por allá, y casi sin darse cuenta, Darcy se encontró bañado, envuelto en su bata y sentado en la silla de afeitar, todo en un tiempo asombrosamente corto.


Mientras Fletcher probaba con pericia el filo de la navaja, Darcy se acomodó en la silla. El carácter rutinario del proceso —Fletcher siempre ejecutaba los movimientos en el mismo orden y de la misma manera— solía brindarle preciosos momentos de reflexión. Esa noche había muchas cosas sobre las cuales reflexionar… demasiadas, si Darcy permitía que su mente vagara hacia donde quisiera. La repentina aparición de Dy había sido verdaderamente providencial. Brougham era mucho más capaz de lo que él podría llegar a ser alguna vez, de orientar a Charles a través del laberinto de complejidades que suponía una reunión de la flor y nata de la sociedad. Aparte de un genuino aprecio por la aclamada diva, su único interés en la velada era la oportunidad de distraer a Charles de su enamoramiento en Hertfordshire. La atención que prestarían las damas jóvenes ante la aparición de una cara nueva y rica ciertamente sería para Charles como un vino embriagador. Darcy esperaba que eso, sumado a las dudas que él había sembrado respecto al otro asunto, canalizara las vacilantes convicciones de Bingley en una dirección apropiada. Mañana le enviaría una nota a la señorita Bingley, y si ella podía contener su desprecio por Hertfordshire y actuaba como él le había dicho, Charles estaría a salvo y fuera de peligro, y él podría volver a Pemberley.


—Aquí tiene, señor. Su toalla, señor. —Fletcher dejó caer una suave toalla turca en su mano y, volviéndose hacia la bandeja que contenía los artículos de tocador, seleccionó una botella—. Sándalo, creo, señor. —Darcy asintió con la cabeza y recibió en la palma de la mano un chorrito de la fragancia mezclada con alcohol.


—¿Ya ha decidido el traje que llevará, señor Darcy?


El caballero se levantó de la comodidad de la silla y miró a Fletcher, al que veía animado por primera vez desde que había regresado a Londres.


—No, no he pensado en eso todavía, aunque usted parece haber reflexionado mucho sobre el asunto, a juzgar por el estado de mi alcoba. ¿Qué sugiere, Fletcher, teniendo en cuenta que el mismísimo Beau Brummell asistirá, y probablemente también el regente? —Darcy volvió a su habitación, supervisando de nuevo aquel despliegue.


—Elegancia contenida, señor Darcy. Y como usted, señor, tiene más derecho que ciertos personajes famosos a reclamar como suya esa cualidad…


—No tengo ningún deseo de competir con el señor Brummell, Fletcher —aclaró Darcy mientras se quitaba la bata—. Sólo lo he mencionado a modo de advertencia y no quiero llamar excesivamente la atención de nadie en particular.


—Comprendo perfectamente, señor. Nada de llamar excesivamente la atención. —Fletcher hizo una pausa y acarició el fino algodón blanco de la camisa que había elegido para su amo—. Diría que el traje azul oscuro con el chaleco de seda negra. El que tiene bordados con hilo color zafiro, como el verde que se puso en Netherfield.


Darcy dio media vuelta.


—¡No! Otra cosa. —Fletcher levantó el chaleco y lo puso al lado del finísimo traje azul, casi negro—. Ah —suspiró Darcy—. Azul. —Su voz se convirtió en un murmullo—. Sí, eso funcionará.


—Sí, señor. —El ayuda de cámara sostuvo la camisa y la deslizó por los brazos de Darcy. El entusiasmo de Fletcher crecía con cada nueva prenda que Darcy se ponía, en marcado contraste con su actitud desde que habían vuelto a Londres. Era evidente que su ayuda de cámara también tenía intereses en Hertfordshire y Darcy sintió un poco de pena por eso. ¡Aquel viaje se había convertido en un completo desastre! Darcy bajó la vista mientras Fletcher terminaba de abrochar el chaleco y pasaba a elegir una corbata. Sí, se parecía mucho al que se había puesto en Netherfield. ¿Hacía sólo dos semanas? Los hilos metálicos brillaban y se ensombrecían cada vez que él se movía frente al espejo. ¡Cuántas esperanzas había puesto en los buenos resultados de esa velada!


Fletcher regresó y Darcy se sentó y levantó la barbilla para que el ayuda de cámara tuviera suficiente espacio para desplegar su habilidad. Mientras Fletcher hacía dobleces y nudos, la mente de su patrón se deslizó involuntariamente a aquella noche, a esos escasos momentos en que había tenido la mano de ella entre las suyas y se habían movido juntos en armonía y no en oposición. La manera en que el vestido flotaba alrededor de la muchacha, las flores que tenía entrelazadas en el pelo.



… tan agradablemente bella,


que lo que antes me había parecido


bello en todo el mundo


ahora me parecía raquítico,


o más bien, que estuviese reunido en ella,


contenido en ella.


Y en sus miradas, que desde aquel momento


han derramado en mi corazón una dulzura


no experimentada hasta entonces:


Su presencia inspiró a todas las cosas


un espíritu de amor y una amable delicia.


Sobresaltado, Darcy trató de pensar en otra cosa, pero no pudo evitar un estremecimiento que hizo exclamar a Fletcher:


—Por favor, señor, no se mueva todavía.


Aquellos versos eran los que había encontrado marcados por los hilos de bordar que había robado del ejemplar de Milton de la biblioteca de Netherfield. Una fantasía idiota, se dijo mientras desviaba la mirada de su ayuda de cámara, pero la severa autocensura no impidió que dirigiera su mano a los hilos del libro colocado sobre la mesilla de noche. Mientras Darcy se los enredaba con delicadeza en el dedo y los guardaba en el bolsillo del pecho, las palabras sobre las que habían reposado se apoderaron de él, de manera similar a la mujer que ellas evocaban.


Un golpecito en la puerta anunció una deseada distracción: una bandeja de monsieur Jules. Un muchacho de la cocina levantó las tapas para dejar a la vista un apetitoso tentempié para darle fuerza, ya que la cena en Melbourne House no sería servida antes de medianoche.


—Listo, señor. —Fletcher regresó a la habitación—. Excepto por la leontina y la chaqueta, está usted listo. —Darcy examinó en el espejo los esfuerzos del ayuda de cámara con ojo crítico. El rostro de Fletcher aparecía junto a él—. Si alguien pregunta —presumió con orgullo de sastre—, es el roquet. Una creación mía —agregó con modestia.


—¿Roquet? ¿Fuera de juego? ¿Y a quién voy a dejar fuera de juego con esto? —Darcy señaló el lazo que rodeaba su cuello, formado por una incontable cantidad de nudos y dobleces.


—A quien quiera, señor Darcy. —Fletcher hizo una reverencia, al ver que Darcy enarcaba una ceja; luego tomó la servilleta de la bandeja y la sacudió—. ¿Señor?


Darcy se sentó ante su comida con el ceño fruncido, mientras se preguntaba por la actitud de su ayuda de cámara, que le devolvió la mirada con imperturbable aplomo.


—¿Un caso de medida por medida, Fletcher? —preguntó Darcy finalmente, al tomar la servilleta.


La sombra de una sonrisa de satisfacción se vio reflejada en el rostro del ayuda de cámara.


—Más o menos, señor. Más o menos.



viernes, 13 de agosto de 2010

UNA FIESTA COMO ESTA Capítulo XI

Una novela de Pamela Aidan

Capítulo XI


Ciertos demonios


Con la colaboración de Fletcher, el ayuda de cámara de Bingley tuvo a su amo preparado para salir precisamente a mediodía. A las doce y cuarenta y cinco, ya habían dejado atrás Meryton e iban, a buena velocidad, por una carretera en medianamente buen estado, en el carruaje de Bingley. Aunque estaba vestido y había desayunado ya, la única contribución de Bingley durante la primera hora de viaje había consistido en suaves ronquidos y suspiros. El vaivén y el balanceo producido por los resortes del carruaje habían sido suficiente estímulo para que Darcy también dormitara un poco, teniendo en cuenta que, en contra de toda razón, se había despertado temprano como de costumbre, tras haber dormido muy pocas horas. Empezó a poner en práctica la primera parte de su estrategia cuando hicieron una parada en una posada del camino para cambiar de caballos.
—¡Bingley! Charles, despierta. —Darcy se inclinó hacia delante y, agarrando con firmeza el hombro de su amigo, le dio una sacudida—. Estamos cambiando de caballos y yo necesito estirar las piernas un poco, al menos. Una cerveza tampoco estaría mal. ¿Qué tal si probamos la cerveza local? —Darcy enarcó una ceja al oír los gruñidos amortiguados de Bingley—. Tal vez nos siente mejor un poco de café. ¡Vamos, hombre; levántate y sal!
Bingley abrió un ojo y, al ver la inflexible expresión de Darcy, lanzó un fuerte suspiro y se levantó lo suficiente como para bajar a trompicones la escalerilla del coche. Darcy lo agarró del brazo y lo empujó, riendo, hacia la puerta de la posada. Al pedir una mesa tranquila, una muchacha rolliza los llevó a un cómodo comedor privado, que tenía una ventana que daba al jardín. Enseguida ordenaron algo caliente y estimulante, mientras Bingley se desplomaba sobre un canapé algo gastado pero respetable.
—¿Cómo puedes estar tan infernalmente despierto, Darcy? —preguntó, bostezando y entrecerrando los ojos para mirar el perfil de su compañero, recortado contra la luz del sol que entraba por la ventana—. Te fuiste a dormir más tarde que yo y te levantaste horas antes. Apuesto a que tu Fletcher tiene algo que ver en eso. ¡Ese hombre parece un sargento! Tenía a mi pobre Kandle en tal estado de nerviosismo, que el hombre apenas podía sostener la navaja. He tenido que afeitarme yo mismo esta mañana, o él habría terminado por entregarte mi cadáver en lugar de… No te rías, ¡te juro que no estoy exagerando!
—¡Tu cadáver, claro! Bingley, tú no haces otra cosa que exagerar o, peor aún, dejas volar tu imaginación sin freno.
—Bueno, esto está pasando de castaño oscuro, Darcy —dijo Bingley frunciendo el ceño, ligeramente ofendido—. Pero si voy a ser acusado de esa manera, dígame, señor, cuál de los dos es peor para que yo pueda decidir si debo sentirme insultado o divertido. —Bingley se enderezó el chaleco y se arregló la chaqueta—. ¡Ejem! —Carraspeó y, agarrando una cuchara, golpeó la mesa con solemnidad—. Puede proceder.
—El hombre que exagera es perfectamente consciente de lo que hace —comenzó Darcy, mientras se recostaba con despreocupación contra el marco de la ventana, con los brazos cruzados sobre el pecho— y no espera que nadie crea sus afirmaciones al pie de la letra. Puede emplearlas de manera habitual, pero todavía está en posesión de la verdad del asunto y, bajo presión, la admitirá. Pero el hombre esclavizado por la imaginación le ha cedido el dominio de sus facultades a una ilusión y se apegará a ella a pesar de todos los hechos que demuestren lo contrario. Aún más, exigirá que el resto del mundo crea en el asunto y verá a cualquiera que se niegue a hacerlo como un enemigo o un opresor o…
Un golpecito en la puerta interrumpió su discurso. La hija del posadero entró y depositó sobre la mesa una humeante bandeja con tazas y platos cubiertos. Como Bingley estaba estudiando en detalle la cuchara que tenía en la mano, no pudo ver la alegre sonrisa que la muchacha le dirigió cuando le hizo una reverencia y cerró la puerta al salir.
—… O, al menos, como un personaje muy estúpido —concluyó Darcy con despreocupación. Se dirigió hasta la mesa y comenzó a levantar las tapas para examinar lo que les habían traído de comer—. Charles, ¿no tienes hambre? Esto parece bastante apetitoso. —Levantó uno de los platos—. ¿Charles?
Bingley levantó la vista al oír su nombre y, lanzándole a Darcy una extraña sonrisa, le alcanzó un plato y se reunió con él junto a la bandeja.
—Creo que elegiré sentirme divertido, en particular porque tú eres un «personaje muy estúpido».
—Estoy de acuerdo —contestó Darcy antes de comenzar a devorar los sencillos pero sabrosos alimentos que les habían ofrecido.
Después de un rápido paseo por los alrededores, al regresar a la posada se alegraron de encontrar el carruaje listo para partir. Tras introducir los ladrillos calientes, subieron al coche. Bingley dio la orden; los caballos se inclinaron hacia delante y los dos caballeros se recostaron contra los cojines. Cuando los caballos alcanzaron un galope estable, Darcy se inclinó hacia delante y abrió su maletín de viaje, del cual sacó Fuentes de Oñoro, y se acomodó más cerca de la ventana.
—Ah, ¿quieres leer? —En la voz de Bingley había una nota de decepción.
—Sí, si no te importa. Sólo queda una hora de luz. Pero te prometo dejarlo antes de que haya que encender las lámparas. ¿Te gustaría leer Badajoz? Lo tengo aquí en el maletín. —Bingley se encogió de hombros en señal de aceptación, y Darcy le pasó el volumen, un poco manoseado debido al examen de la señorita Bingley y a la forma en que se había deslizado por el suelo de la biblioteca. Estaba claro que Bingley quería continuar con la discusión que habían sostenido en la posada, pero Darcy se mantuvo dentro de su plan. Al recostarse de nuevo para tener más luz, acarició las puntas de los hilos de bordar que marcaban la página, antes de deslizar un dedo por la pequeña abertura entre las hojas y abrir el libro. Los vistosos hilos reposaban entre la hendidura del lomo, y un intricado nudo femenino los mantenía unidos en la parte superior. Mientras miraba a su amigo con el rabillo del ojo, Darcy se guardó secretamente el recuerdo en el bolsillo de la chaqueta y luego se concentró en su libro. Sólo volvió a poner el marcador de páginas en el lugar correspondiente cuando las sombras hicieron imposible seguir leyendo. Tan pronto como lo guardó, Bingley le devolvió el otro volumen y comentó que ya estaban casi en Londres.
—¿Cenas conmigo en Grenier's?
—Agradezco tu invitación, Bingley, pero debo quedarme en casa. Mañana tengo una agenda llena de citas que atender. ¿Qué te parece una cena en Erewile House mañana por la noche?
—¡Espléndido!, como diría sir William Lucas. —Bingley se rió entre dientes y luego se puso serio—. Darcy, estoy pensando en hacer una oferta por Netherfield.
—¿Una oferta? Es un poco prematuro, ¿no crees?
—Pensé que Netherfield tenía tu aprobación.
—Sí, está bastante bien —dijo Darcy, midiendo sus palabras con cuidado—, pero yo no te aconsejaría comprarlo, al menos no todavía. Esta ha sido tu primera experiencia de la vida en el campo. Te ha resultado agradable. Pero creo que debo recordarte que tus hermanas no se llevan la misma impresión.
—¡Ah, Caroline! —replicó Bingley en tono peyorativo—. Sólo algo tan magnífico como Pemberley la dejaría satisfecha, e incluso si yo tuviera la oportunidad de tener una propiedad así, los dos sabemos que no estoy preparado para eso. ¡Netherfield es perfecto!
—Tal vez. Sin embargo, no me parece prudente apresurarse. ¿Tienes un contrato de alquiler por un año? Tómate ese año. Hertfordshire no es el único condado de Inglaterra.



El carruaje disminuyó la marcha a medida que se iba aproximando al peaje de Highgate. Como el bullicio del peaje no estimulaba la conversación, Darcy se recostó entre las sombras, mientras observaba a su amigo con disimulo. Bingley tenía el ceño fruncido, en un extraño gesto que indicaba un súbito desconcierto. No obstante, cuando el coche comenzó a avanzar hacia Mayfair, ya parecía haberse librado de su inquietud.
—Espero que no tengas que pasar todo el tiempo ocupado en asuntos de negocios, antes de regresar a Derbyshire.
—No todo el tiempo, no. Tengo la placentera tarea de buscar regalos de Navidad para Georgiana. También haré alguna visita a mi club.
—Claro, pero ¿qué hay de cosas divertidas como… una obra de teatro o una visita a St. Martin's? Oí que Belcher se va a enfrentar a Cribb y, después de lidiar con un recién llegado, a un tipo de Bélgica. Bléret, creo. —Bingley no se dio por vencido al ver que Darcy se limitaba a encogerse de hombros—. La Catalani se va a presentar en casa de lady Melbourne; con seguridad ya habrás terminado de hacer cuentas para entonces, ¿no?
—Estás muy bien informado, Charles —contestó Darcy secamente, y su voz adquirió de repente un inexplicable tono de irritación—. Por favor, deja tus recomendaciones a Hinchcliffe, y trataré de complacerte tantas veces como pueda.
—¡Tu secretario! Oh, no me atrevería. Creo que no me cuento entre sus favoritos, Darcy.
—¿Acaso Hinchcliffe ha sido impertinente contigo? Lo lamento mucho.
—No te disculpes. —Bingley sonrió al ver la turbación de su amigo—. Sé lo valioso que es Hinchcliffe para ti. Tanto él como Fletcher son muy admirados, ya lo sabes. De hecho, he oído a varios caballeros entre nuestras amistades lamentándose por no haber podido quitarte ni al uno ni al otro. ¡Qué maravilla de lealtad!
Darcy frunció el ceño con expresión culpable al oír las palabras de Bingley y miró por la ventana. El coche entró en Grosvenor Square y se detuvo con suavidad frente a Erewile House.
—Además, probablemente es un gran honor ser despreciado por Hinchcliffe. Por otro lado, si él alguna vez descubre que fui yo quien lo ha delatado, me negará los servicios del sobrino que está instruyendo. Así que no digas nada, te lo ruego.
Darcy soltó un gruñido en señal de aceptación y comenzó a organizar su maletín de viaje para que lo introdujeran en la casa. Un lacayo abrió la puerta del coche. Tras él, con una lámpara en la mano, estaba el venerable mayordomo de Erewile House, con una expresión que reflejaba una mezcla de alivio y deferencia.
—Señor Darcy. ¡Qué alegría tenerlo en casa!
—Gracias, Witcher —respondió Darcy al bajar del coche—, pero usted no debería estar aquí con este frío, buen hombre.
—Gracias, señor, pero la señora Witcher estaba tan segura de que el tiempo empeoraría antes de que usted llegara, que sólo se quedará tranquila si yo le digo que usted está bien.
—Entonces quiero que vaya y le informe enseguida de que he llegado bien. El lacayo puede ocuparse de lo que se necesite. —Darcy se volvió hacia la puerta del coche—. Bingley, no te retrasaré más. ¿Mañana a las ocho?
—A las ocho.
Darcy asintió con la cabeza y el lacayo cerró la portezuela. Subió las escaleras mientras el coche de Bingley arrancaba y en segundos entró en el cálido y acogedor vestíbulo de su casa de Londres.
—Discúlpeme, señor, pero el señor Fletcher desea saber si usted quiere tomar un baño antes de cenar. —Witcher se le acercó desde atrás para ayudarlo a quitarse la chaqueta, el sombrero y los guantes—. Monsieur Jules pide permiso para informarle de que la cena estará lista dentro de una hora, si usted así lo desea, y un buen ponche caliente va camino de la biblioteca en este mismo instante.
Ah, sí, es estupendo estar en casa, pensó Darcy sintiéndose agotado.
—Puede decirle a Fletcher que un baño es una excelente idea. Y la cena en hora y media me complacería enormemente.
—Muy bien, señor. ¿Y el ponche, señor?
—Ya voy para la biblioteca. Gracias, Witcher.
—Señor Darcy. —Witcher se inclinó mientras su amo comenzaba a subir las escaleras hacia su refugio. Al entrar, Darcy encontró el fuego ardiendo en la chimenea y el ponche prometido en una bandeja al lado de su sillón favorito. Una rápida mirada a la bruñida tapa de su escritorio dejó ver su libro de citas y la correspondencia cuidadosamente organizada y anotada con la clara letra de Hinchcliffe. Sus libros ya habían sido desempaquetados y reposaban en espera de su atención sobre el estante reservado a lo que estaba leyendo en el momento.
Todo estaba como debería estar. Con un suspiro, se acercó a la botella de licor. Se sirvió una buena cantidad en el vaso que estaba sobre la bandeja y apagó la vela antes de acomodarse en el sillón junto a la chimenea y poner los pies sobre el escabel. Le dio un largo sorbo a su bebida y, cerrando los ojos, se recostó. Trató con todas sus fuerzas de no pensar en otra cosa que el líquido caliente y dulce que se deslizaba por su garganta y la placentera sensación de estar otra vez en casa, entre su propia gente y sus propias cosas. Pero la visión del rostro angustiado de Bingley en respuesta a sus deliberados comentarios no se borraría de su mente.
¡Bingley! Gruñó en voz alta, e incorporándose, se inclinó hacia delante para observar el fuego. Es por una buena causa, se dijo por enésima vez, y no interesa en lo más mínimo cómo te hace sentir todo este asunto. Mientras le daba otro sorbo a la bebida, sus ojos recorrieron la habitación y se fijaron en el libro que había estado leyendo en el coche. Al recordar lo que reposaba entre sus páginas, Darcy desvió rápidamente la mirada. ¡Con seguridad Fletcher ya debía tener todo preparado para el baño! Puso el vaso sobre la bandeja y salió de la biblioteca.


A la mañana siguiente, Darcy se despertó después de la primera noche de verdadero reposo que había tenido en mucho tiempo. Casi antes de que dejara de balancearse el cordón para tocar la campana, apareció Fletcher y, con silenciosa habilidad, lo preparó para un día dedicado a los asuntos de negocios. El desayuno y la lectura del periódico matutino estuvieron deliciosamente libres de las interrupciones y la charla de la señorita Bingley, y cuando terminó, levantó la vista y lo informaron de que su secretario lo esperaba en la biblioteca.
—Señor Darcy. —Hinchcliffe se levantó de su asiento, que estaba frente al ancho escritorio de Darcy.
—Hinchcliffe —dijo Darcy en respuesta al saludo del secretario—, parece que tenemos un día ocupado por delante. ¿Ha recibido usted las instrucciones relativas a la disposición de los fondos de caridad para este año? —Se sentó frente a su secretario, que volvió a acomodarse en su puesto.
—Sí, señor. —Hinchcliffe sacó la carta de Darcy de la carpeta de cuero que tenía sobre las piernas y la puso sobre el escritorio de su patrón para su aprobación. Cada uno de los beneficiarios de la generosidad anual de Darcy tenía una anotación y una marca escritas con la clara letra del secretario—. Las expresiones de gratitud por su interés llegan diariamente, señor. —Entonces sacó más cartas de la carpeta y las puso al lado de Darcy. El caballero levantó las cartas, echándoles una rápida ojeada, antes de empujarlas hasta el otro extremo del escritorio.
—Muy bien, Hinchcliffe. —Un movimiento de cabeza casi imperceptible fue toda la respuesta del secretario a sus palabras. Muchos de sus conocidos se habrían sorprendido al ver la naturaleza tan seca del secretario y la poca importancia que Darcy le prestaba a un comportamiento tan petulante en un sirviente. Desde luego, ellos no podían saber que Hinchcliffe había sido el secretario de su padre y que llevaba trabajando para su familia desde que Darcy era un chiquillo de doce años.
Su primer encuentro no había sido muy afortunado. Feliz por estar en casa para pasar unas cortas vacaciones mientras estaba en Eton, Darcy entró corriendo en Erewile House al bajarse del coche, a través del vestíbulo de entrada, cuando se estrelló directamente contra una figura alta y vestida de negro, que estaba pasando en ese momento. Cuando la última hoja de papel terminó de caer al suelo, se encontró metido entre las piernas de un hombre de mirada severa, que debía de tener unos treinta años. La caída había torcido la peluca del hombre de una manera tan cómica y que contrastaba tanto con la expresión de granito de su barbilla, que Darcy no pudo evitar reírse ante aquella graciosa situación. Aquello sólo duró hasta que el extraño sirviente se levantó y recuperó la compostura por completo. Ante el asombro de un Darcy de doce años, el hombre parecía un gigante de ojos oscuros, que lo miraba fijamente.
—El señorito Darcy, supongo —dijo el gigante con voz profunda.
—Sí, señor —respondió Darcy con tono sumiso, seguro de haber tenido la mala suerte de estrellarse contra un desconocido maestro que tal vez sus padres habían contratado para mantenerlo al día en sus estudios durante las vacaciones.
—Soy el nuevo secretario de su padre, el señor Hinchcliffe —siguió diciendo el gigante con dicción precisa y una voz atronadora—. A usted, señorito, lo esperan en la biblioteca. Me perdonará que no lo anuncie, pero tengo que terminar un trabajo inesperado. Sugiero que se levante antes de que su padre venga a buscarlo personalmente. —Después de clavarle una última mirada, Hinchcliffe se giró y comenzó a recoger los papeles que llenaban el suelo del vestíbulo, mientras Darcy subía rápidamente los escalones y se escabullía por la puerta de la biblioteca.
Durante años, Hinchcliffe fue una rígida presencia entre los sirvientes, la cual Darcy aprendió a apreciar sólo cuando regresó de la universidad y encontró que la salud de su amado padre se había deteriorado enormemente. Durante esos dos angustiosos años que precedieron a la muerte de su progenitor, Hinchcliffe le enseñó a Darcy todo lo relativo a los negocios, intereses y preocupaciones de su padre, y él no podía pensar en nadie más indicado para ser su propio secretario que aquel hombre que conocía tan íntimamente los intereses de los Darcy y los había llevado con tanta lealtad y pericia. Darcy no buscaba afecto en Hinchcliffe ni esperaba ninguna deferencia por su parte. Era suficiente para él saber que se había ganado el respeto y la lealtad de un hombre que conocía todas sus preocupaciones desde que era un niño y que luego le había prestado los servicios de un verdadero maestro en su oficio.
—Señor Darcy, hay una cosa más sobre la que debo llamar su atención. —Hinchcliffe sacó otra carta de su carpeta y, tras abrirla cuidadosamente, la puso sobre el escritorio—. Recibí esto de la señorita Darcy hace unos cuantos días. ¿Debo hacer lo que me solicita, señor?
Darcy tomó la carta y la leyó en voz alta:

21 de noviembre de 1811
Pemberley
Lambton
Derbyshire

Señor Hinchcliffe:
Por favor tenga la bondad de extender un cheque de mis fondos de caridad por la suma de veinte libras a favor de la «Sociedad para devolver jovencitas del campo a sus familias», en la siguiente dirección, y ocúpese de que un cheque por la suma de cien libras sea consignado anualmente a su favor de aquí en adelante.
Muchas gracias,
Señorita Georgiana Darcy

Enarcando las cejas con un gesto de sorpresa, Darcy miró a su secretario por encima del borde de la carta.
—¡La Sociedad para devolver jovencitas! Hinchcliffe, ¿conoce usted esa institución?
—No la conocía, señor, antes de recibir la carta de la señorita Darcy. He hecho algunas averiguaciones y es una sociedad legal, con conexiones en Clapham, señor. Tiene una junta directiva muy respetable, los socios son personas de las mejores familias e incluso hay algunos nobles. Nada que objetar, señor.
—Mmm —musitó Darcy, mientras miraba la carta con gesto pensativo—. Eso puede ser cierto, pero me inquieta que mi hermana sepa algo sobre esas mujeres… esos diablos —se corrigió. Además, ¡el hecho de que ella no haya consultado antes conmigo! ¿Por qué no lo ha hecho? Darcy frunció el ceño.
—¿Debo seguir las instrucciones de la señorita Darcy, señor? —preguntó Hinchcliffe con su voz de bajo.
—Sí —contestó Darcy lentamente, como si le costara trabajo aceptar la solicitud—. Haga la donación de veinte libras, pero no mande las cien libras hasta que tenga noticias mías sobre el particular. Hablaré antes con la señorita Darcy.
—Muy bien, señor. Su primera cita es con el gerente de la bodega que administra los productos importados de su negocio de transporte. ¿Lo hago pasar?
Darcy asintió con la cabeza y el día comenzó en serio, con una sucesión de reuniones y negociaciones. Se hicieron tratos y se retiraron o invirtieron fondos uno tras otro, con una pequeña pausa al final de la tarde para una colación fría y un vaso de cerveza. Esto gracias a la insistencia de su atenta ama de llaves, la señora Witcher. Cuando la puerta se cerró tras el último hombre anotado en su agenda de citas, el reloj estaba a punto de dar la seis.


—Un día muy productivo. —Darcy suspiró al cerrar los libros de contabilidad y se recostó contra el asiento de su escritorio. Hinchcliffe se inclinó sobre la mesa para colocar los libros en un cuidadoso montón y luego los llevó hasta la caja de seguridad que estaba escondida tras un grupo de gruesos volúmenes en la estantería.
—Sí, señor —contestó el secretario mientras tomaba una llavecita que tenía atada a su chaleco con una cadena, cerraba la caja de seguridad y volvía a dejar los libros en su lugar—. ¿Eso es todo, señor Darcy?
—Sí, ¡es todo! Ahora vaya a comer algo; le he hecho trabajar de manera inclemente. —Mientras Hinchcliffe se inclinaba brevemente y daba media vuelta para marcharse, a Darcy se le ocurrió algo inesperadamente—. Hinchcliffe, ¿cómo va su sobrino? El que usted está instruyendo. ¿Está buscando un empleo?
—Es usted muy amable por preguntar, señor Darcy. El muchacho va bien, señor, pero yo diría que todavía no está preparado para buscar un empleo. Le falta aún medio año.
—Voy a cenar esta noche con el señor Bingley, que está muy interesado en contratar los servicios de su sobrino. Sería difícil encontrar mejor patrón.
—¿El señor Bingley, señor? —Hinchcliffe hizo una pausa y luego siguió—: Ah, sí, ahora lo recuerdo, señor. Hicieron su fortuna a través del comercio, una familia de Yorkshire, creo. —Resopló delicadamente.
—Correcto, y un amigo muy especial para mí —enfatizó Darcy—. Cuando su sobrino esté listo, le agradecería mucho que pensara seriamente en entrar al servicio del señor Bingley.
—Para él será un honor complacerlo, señor Darcy. Buenas noches, señor.
Cuando la puerta se cerró tras su secretario, cuya figura seguía siendo imponente, Darcy se quitó la chaqueta, la puso sobre el escritorio y se dirigió hasta la chimenea, estirando los músculos de la espalda mientras avanzaba. Era probable que Bingley tuviera razón en que Hinchcliffe no lo veía con buenos ojos, pensó, mientras buscaba la botella y se servía una copa. Sacudió la cabeza y dio un sorbo al pesado vaso de cristal tallado, dejando que el líquido se deslizara por su garganta. Al menos le has hecho un buen favor a Bingley en esta cuestión, que apreciará enseguida. A diferencia del otro asunto. Ése te llevará algún tiempo.
El reloj dio una campanada. Darcy se tomó el resto del contenido de su vaso de un trago y lo dejó sobre la bandeja. Bingley llegaría más o menos al cabo de una hora y él había pasado todo el día recluido en casa. Necesitaba hacer un poco de ejercicio; un paseo rápido alrededor del parque sería óptimo. Se puso la chaqueta y pidió su abrigo y su sombrero. Witcher apareció con los dos y, tras anunciar que regresaría en veinte minutos y quería que Fletcher estuviera listo para recibirlo, Darcy bajó corriendo las escaleras y se marchó caminando con paso vigoroso.


—Entonces, Darcy, ¿has terminado ya de arreglar tus asuntos para que podamos divertirnos un poco, o seguirás portándote como un estúpido? —Bingley aceptó el vaso de vino tinto que le ofrecía su amigo y se sentó en su lugar habitual en la mesa de uno de los comedores pequeños de Erewile House. Mientras los criados se movían en silencio, destapando platos y sirviéndoles, Darcy levantó la copa para hacer un brindis.
—Por una rápida y exitosa conclusión de mis obligaciones, para que mis amigos no se mueran de aburrimiento.
—Así es. —Bingley se rió y le dio un sorbo al borgoña—. De verdad, ¿te has liberado ya de tus libros de contabilidad y tus asesores de negocios? ¡Ha transcurrido más de una semana!
—No todavía, y antes de que preguntes, no he tenido mucho tiempo para mirar ninguna invitación, así que aún no he decidido nada. Excepto… —Se quedó callado, mientras hacía girar lentamente la copa entre sus manos.
—Sí… ¿excepto qué?
—Mencionaste a la Catalani, la diva, y estoy tentado de asistir a la velada en casa de lady Melbourne.
—¡Tentado! ¿Quieres ir? Me gustaría ir, pero sólo si tú vas. Ese grupo está un poco fuera de mi alcance. —Bingley comenzó a probar con deleite la deliciosa comida que tenía delante.
Darcy soltó un resoplido.
—¡Ese grupo! No permitas que sus títulos y su aire de superioridad te engañen, Bingley. Ellos ocultan una historia llena de peligros y traiciones, de la que harías muy bien en mantenerte al margen. Su credo es la intriga y la ambición, pobre del hombre o la mujer que queden atrapados en sus maquinaciones.
—¡Tienes una opinión más bien negativa, Darcy! Pero me atrevería a decir que soy demasiado insignificante para atraer su atención y por eso me puedo arriesgar a entrar en la jaula del león sin correr mucho peligro. ¡Y oír a la Catalani! —dijo con tono de súplica—. ¡Darcy, tenemos que ir!
Una sombra de duda cubrió los rasgos de Darcy al mismo tiempo que miraba a su amigo, pero ante tanta insistencia no pudo hacer otra cosa que aceptar.
—Entonces que así sea, Bingley; iremos. Pero estás advertido y debes tener cuidado. Pasaré a buscarte a las nueve mañana por la noche.
—Maravilloso, Darcy. —Los dos se concentraron en su cena, mientras Bingley intercalaba noticias deportivas y chismes del club, entre bocados de pollo relleno, chartreuse y ternera al aceite de oliva. Una vez que los dos hicieron justicia al arte de monsieur Jules, volvieron a la biblioteca a tomar una copa de oporto, que Bingley aceptó con un suspiro.
—¿Charles?
—Ya han pasado dos semanas, ¿sabes?
—¿Dos semanas?
—Sí, dos semanas desde el baile. Hace dos semanas que vi por última vez a la señorita Bennet. ¡Parece un siglo! ¿No crees que estaba adorable? Apenas pude separarme de su lado. —La atención de Bingley pareció alejarse de lo que lo rodeaba.
—Sí, bueno, eso resultó evidente para todo el que tuviera ojos, amigo. —Darcy hizo una pausa y, desplegando sus fuerzas, preguntó de manera desinteresada—: ¿Dirías que ella siente lo mismo?
Bingley se estremeció un poco y se giró para mirar a su amigo con desconcierto.
—Sí, claro. ¿Por qué lo preguntas?
—¿En qué basas tu opinión exactamente? ¿Acaso te confesó su amor?
—¡No, no, claro que no! —Bingley puso su vaso sobre la mesa, se alejó un poco y luego regresó a recogerlo—. ¡Qué ocurrencia, Darcy! La señorita Bennet es una dama bien educada. Ella nunca…
—Entonces ¿te miró de una manera que hiciera innecesarias las palabras de amor, de afecto? —insistió Darcy.
Bingley abrió la boca para protestar.
—Te recuerdo otra vez que la señorita Bennet es una dama. Eso sería totalmente inapropiado.
—Entonces dime, Charles. —Darcy cerró filas, sin permitirle a su amigo ni una oportunidad de desviarse del tema—. ¿En qué te basas para creer que ella te tiene en mayor estima que a otros hombres de su círculo? Admites que no te ha hablado de amor, ni te ha obsequiado con miradas llenas de tierno afecto. Entonces, ¿qué?
—Un hombre simplemente lo sabe —espetó Bingley.
Darcy se encogió de hombros con actitud escéptica.
—Tú crees que estoy exagerando, pero ¡te juro que no! Esta vez no.
—Ah, sí. «Esta vez no» —replicó Darcy con voz suave. Bingley se quedó contemplando el vaso mientras su amigo, manteniendo siempre un aire de indiferencia, se sentaba y le daba un sorbo a su oporto. A medida que el silencio se hacía más profundo, miró de reojo a Charles, tratando de adivinar sus pensamientos. La insistencia con que movía la barbilla indicaba una profunda agitación.
—¿Tú crees que el afecto de sus atenciones está en mi imaginación? —La pregunta de Bingley parecía casi una afirmación.
—Charles —contestó Darcy con tono conciliador—, debes juzgar eso por ti mismo. Yo sólo quiero advertirte, prevenirte para que no establezcas una unión que te traería más dolor que satisfacción. Los inconvenientes de la señorita Bennet y su familia son muchos, aunque pueden controlarse si tú estás absolutamente convencido de su devoción. Pero si el matrimonio se realiza sólo por el deseo de la dama de escalar una posición social… —Dejó la frase sin terminar.
Bingley se tomó de un trago el resto del contenido de su copa.
—Sí, bueno, no hay necesidad de decir más. Entonces, ¿mañana a las nueve? —Se levantó de la silla y, para sorpresa de Darcy, le hizo una inclinación—. Creo que me retiraré temprano esta noche, Darcy. Tengo algunas citas que atender en la mañana. Me imagino que debo vestirme de gala para asistir a la casa de lady Melbourne.
—Sí, pero con mesura. Sin duda Brummell estará allí, y será mejor no atraer su atención para no tener que tolerar sus comentarios. Entonces, ¿tienes que marcharte?
—Lamentablemente, sí. ¡Ah, no te levantes! —se apresuró a añadir al ver que Darcy comenzaba a incorporarse—. Conozco la salida.
—Pamplinas. —Darcy se levantó de la silla y llamó a un lacayo. —Las cosas del señor Bingley, por favor. —Se volvió hacia su amigo—. Charles, he hablado con Hinchcliffe.
—¡Supongo que no sería sobre su comportamiento conmigo! ¡Darcy!
—No, no… sobre su sobrino. Estará preparado para presentarse ante ti en unos pocos meses; Hinchcliffe me ha dado su palabra. —Ya habían llegado al vestíbulo y Witcher sostenía el sombrero, el abrigo y los guantes de Bingley.
—Gracias, Darcy. —Bingley logró esbozar una sonrisa que, aunque discreta, sorprendió a Darcy por su sinceridad—. Agradezco inmensamente tu apoyo en esto. Siempre has sido un buen amigo.
Darcy no esperó a que la gigantesca puerta principal terminara de cerrarse para dar media vuelta y buscar nuevamente el refugio de su biblioteca. Casi se desploma en la silla. Permaneció allí inmóvil, y ni siquiera se inmutó cuando un criado entró en silencio para atizar el fuego de la chimenea.
«Siempre has sido un buen amigo». Darcy cerró los ojos y apretó la mandíbula. ¿Acaso las heridas causadas por un amigo nunca curan? Darcy dirigió su pregunta al cielo. ¡Mejor ponerse colorado una vez que pálido toda la vida porque ese amigo no hizo nada!
La repentina necesidad de hacer algo, cualquier cosa, se apoderó de él. Se puso de pie, dirigiéndose hasta la vitrina que tenía a su espalda, se quitó la chaqueta, el chaleco y la corbata y los tiró sobre una silla. Tras abrir rápidamente la vitrina, examinó la colección y seleccionó un estoque perfectamente equilibrado. Tomando una lámpara que había sobre el escritorio, salió de la biblioteca hacia el corredor. ¿Adónde ir? Después de dudar sólo un instante, se dirigió al salón de baile. No se encontró con ningún criado en el camino y pudo deslizarse en la gran estancia sin hacer ruido. Puso la lámpara sobre una consola estilo Sheraton que estaba contra la pared, y se dirigió hacia la pista, ejecutando movimientos amplios y cortantes mientras avanzaba. Los músculos de su hombro protestaron después de un mes sin hacer ejercicio, pero Darcy los ignoró y siguió con el entrenamiento hasta que aflojaron y él se sintió seguro del alcance y el equilibrio de su espada. Luego, llevándose el estoque a los labios, asumió la posición de «en guardia», poniendo el cuerpo en la curiosa pose al mismo tiempo tensa y relajada de los espadachines expertos.
Darcy lanzó una estocada. Su oponente imaginario esquivó el movimiento. Volvió a atacar. Esta vez el golpe fue esquivado, pero el oponente lanzó un rápido contragolpe. Levantó el estoque para bloquear el ataque, luego dobló la muñeca y usó el filo para desequilibrar a su enemigo. No tuvo éxito. Bloquear… bloquear otra vez, atacar. Darcy soltó una carcajada. ¡Eso lo estremeció! Atacó y el otro tuvo que retroceder un paso, luego dos.
La llama de la lámpara se reflejaba de manera intermitente sobre la espada, mientras Darcy practicaba las formas clásicas de avance y retroceso. Adelante y atrás sobre la pista a oscuras, Darcy persiguió, acechó y otras veces se enfrentó a su enemigo imaginario, hasta que unas gotas de sudor aparecieron en su frente y el brazo que sostenía el estoque sucumbió al peso del arma. Con un movimiento final en forma de arco, levantó el estoque a manera de saludo y, haciendo una inclinación, le presentó sus respetos a la oscuridad que le sirvió de contrincante.
Sintiendo un agudo dolor en los costados, agarró la lámpara, se deslizó en silencio por el corredor y devolvió la lámpara y el estoque a la biblioteca. Volvió a colocar el arma en la vitrina y recogió su ropa. A pesar de que estaba cansado, sabía que todavía no se sentía preparado para sucumbir al sueño. ¡Su libro! Leería hasta que el sueño lo rindiera. Desde donde estaba, podía ver Fuentes de Oñoro en espera de su atención, y junto a él, un antiguo regalo de su padre, los sermones de Whitefield. Darcy tomó Fuentes de Oñoro del estante y, tras metérselo debajo del brazo, apagó la lámpara y salió hacia su habitación.